miércoles, 29 de septiembre de 2010

Hablemos de Mou

 
En la previa no se habló de fútbol, sino de lo que quiso Mou que se hablase. Lo sé, no soy demasiado imparcial con el técnico portugués, pues de un tiempo a esta parte me tiene ganado para sus huestes, aunque sus formas a veces le chirríen hasta a sus adeptos. El caso es que llegó el Madrid a tierras francesas, tradicionalmente de mal agüero para la tropa de Chamartín, y en una previa en la que habitualmente se habrían vertido ríos de tinta sobre la alarmante sequía goleadora del tridente merengue sólo se habló de una cosa. De lo que quiso Mou.
Pero vayamos con el partido. Como fue Mou quien dictó sobre qué se hablaba, el tema secundario que copó la víspera del encuentro fue el empleo del tridente Cristiano-Higuaín-Benzemá para paliar la crisis de goles en tierras galas. Lo que Mou no dijo, y de ello nadie habló, curioso, fue el peaje que tal despliegue de pólvora iba a acarrear: un trivote Lass-Khedira-Alonso en el que extrañamente al donostiarra el sorteo le deparó la posición más retrasada.  La apuesta, que perseguía una redención por acumulación de tres delanteros, dos reñidos con el gol y otro consigo mismo desde la temporada pasada, acabó produciendo un embotellamiento infructuoso en el área gala.
Ante un rival tan menor, la matemática sugería que el Madrid tendría la pelota y el Auxerre pondría el laberinto. Por él se perdieron en incontables ocasiones Khedira y algo menos, quizá por el efecto abrumador de su voluntarismo, Lass, el hombre de las mil piernas, no me lo interpreten mal. El jugador llamado a desatascar aquello, Xabi, se vio tan confinado en las trincheras que hasta a alguien de su clase le resultó difícil destapar esencia alguna.
Lo raro no fue que el Madrid no tuviera ocasiones, que las tuvo, y algunas notables como un difícil mano a mano al primer toque de Marcelo, sublime otra vez, después de un portentoso desplazamiento de Xabi, o un tango que se marcó Higuaín en medio de una nube de piernas y que desbarató un defensa sobre la línea de gol, o las numerosas acometidas de Cristiano, que sigue tan peleado con el gol como empeñado en no desaparecer cuando el equipo le necesita.
Lo extraño fue que las contras del Auxerre, a diferencia del Levante, que el sábado optó por la incomparecencia, sí fueron de las de sujetarse un poco fuerte a la butaca. A algunos miembros de la zaga, Casillas incluido, se les notó también una propensión alarmante a dispararse en el pie. El primer premio de la novedosa disciplina se lo llevó Pepe, aunque en su descargo habrá que decir que el atacante que tenía a su espalda llevaba todavía peores intenciones que él. Una lástima que de un tiempo a esta parte no se prodigue tanto en remates similares contra la portería adecuada, porque ayer quedó bien demostrado que le siguen saliendo muy bonitos.
La cosa es que cuando los partidos se convierten en una ruleta rusa, al equipo grande rara vez le suele tocar la bala. Quizá por eso, pocos instantes después de que Pepe estrellase su milimétrico cabezazo sobre la portería de Casillas, se iluminó la conexión de los dos sacrificados por Mou para el partido de ayer, redimidos por la vía de las sustituciones, y el Madrid zanjó el partido. Özil, al que después de salir ovacionado por el Bernabéu se le auguraron periodos de intermitencia que el chico ha ido cumpliendo puntualmente, puso un balón cruzado perfecto al desmarque de Di María, con la anuencia de un defensor al que de niño le debieron regatear un par de colacaos que ayer echó de menos. El argentino, en una estampa que recordó y mucho a la de Iniesta en aquella prórroga surafricana que nos coronó a todos, calmó el balón con el pecho y por segundos pareció que todo a su alrededor se detenía, tal fue su templanza para esperar la caída del balón y su precisión para ejecutar de un tajo al portero.
Con su gol, el Madrid selló no sólo medio pase a segunda ronda, sino que también ganó algo de tiempo, a la espera de que un futuro no muy lejano permita canjear ese tiempo por crédito. No es, sin embargo, desdeñable, la adquisición de ayer en tierras galas, pues si algo ha quedado bien claro desde el sábado hasta ayer es que pocos contemporizadores hay como Mourinho. Y tal virtud se me antoja vital en un equipo en busca de su identidad.
R
Foto: Víctor Carretero

martes, 28 de septiembre de 2010

Blanco fácil

Hace unos días, tras el partido contra el Espanyol, Mourinho se despachó con una de esas reflexiones con las que suele intentar poner a cada uno en su sitio, y a sí mismo por encima de todos: “Trabajo en un país que tiene 40 millones de entrenadores. Pero la realidad es sólo una: el Madrid tiene un entrenador y sólo uno puede decidir”.

Hay otra realidad: igual que a los aficionados y a los periodistas les gustaría probar sobre el campo el equipo que tienen en la mente -quién sabe con qué resultados-, a los entrenadores les gustaría contestar preguntas blancas, tópicas y típicas, con las que salir de rositas de cada conferencia de prensa. Cuestiones con la respuesta en bandeja, para agrandar el ego del preparador y no para satisfacer el interés de los aficionados. Cualquier otra cosa les incomoda y entonces aprovechan para meterse en ese caparazón de sabiduría y ciencia que casi todos creen poseer y que les permite conocer los arcanos de un juego en el que 22 hombres corren detrás de un esférico con el objetivo de que atraviese un espacio delimitado por una línea y tres palos.

Para el portugués, si Pedro León destaca en un partido decepcionante, con empate a cero en casa de un recién ascendido, y tres días después le borra de la convocatoria, no es normal que los periodistas le pregunten por ello.

Sin embargo, la prensa, que no es una sino muchas, hace las preguntas que considera oportunas. Y el deber del máximo responsable de la primera plantilla del Real Madrid es responderlas. Es imprescindible, además, que lo haga con educación y, si es necesario y posible, con inteligencia, soslayando lo que crea conveniente.

Cualquier otra actitud demuestra no saber ni dónde se está, ni qué se espera de uno, aunque los palmeros de este tipo sigan protegiéndole justificando su carácter -son los mismos que en Pellegrini no veían elegancia ni prudencia, sino pusilanimidad, y que en Del Bosque vieron un libro anticuado- y frotándose las manos: les hace vender periódicos en los días más complicados de la semana y llenar minutos de programas de radio y televisión entre partido y partido. El espectáculo continúa, eso sí, fuera del campo, como siempre con ‘The Special One’. Y todo a costa de la ya desgastada imagen del club.

Puede que con Mourinho el Madrid gane títulos y así consiga el ‘qué’ de sus objetivos. Lo hará, si lo hace, a cambio de postergar al menos una temporada más la búsqueda del ‘cómo’, ese matiz que a la institución hizo distinta, única y universal.

PD: Pedro León es un blanco fácil. No creo que el entrenador deje fuera por decisión técnica en toda la temporada a ningún jugador de los representados por Jorge Mendes (Cristiano, Pepe, Di María y Carvalho). Atentos.

GT

domingo, 26 de septiembre de 2010

Desenchufados



Perdió el Madrid en el Ciudad de Levante inesperadamente el liderato y, con él, buena parte del crédito recaudado, especialmente, en su partido de debut en Liga de Campeones ante el Ajax. Y lo hizo porque, a diferencia de otros partidos en los que, como ayer, llevó la batuta y dormitó en defensa hasta el punto de poder haber saltado perfectamente al campo sin portero (no habría sido grande la diferencia), al equipo se le apagaron las luces en el ataque.
El Levante, siendo mucho menos equipo que, por ejemplo, la Real contra la que hacía justo una semana el equipo merengue se había batido el cobre en Anoeta, no inquietó los dominios de Casillas salvo en una ocasión abortada indecentemente por el juez de línea, sí; pero lo cierto es que el dominio aplastante del Madrid se tradujo en una estéril victoria en posesión de pelota, no en ocasiones.
Las mejores volvieron a llegar a través de un Ronaldo que sigue sin hilar fino, pero que tuvo en su cabeza un golpeo sublime con marchamo de gol que sólo se fue al limbo por la extraordinaria intervención del guardameta levantinista. Porque sí, el Madrid sigue levantando ídolos bajo los palos rivales. Antes a Higuaín le había faltado el plus de suerte y un poco menos de inclinación corporal para rematar en boca de gol un buen centro de Marcelo. Al delantero argentino se le escapó, una hora y pico después, y con el tiempo ya cumplido un balón que se le quedó franco entre el portero, hábil de nuevo en la rapiña, y él.
Y, a grandes rasgos, ese fue el balance ofensivo de un Madrid que, por primera vez en lo que va de curso, dominó sin percutir. No se tuvieron noticias de un centro del campo que se bloqueó ante un equipo encerrado atrás y con la consigna clara de coser a patadas a cualquier delantero merengue que recibiera de espaldas o en posición franca. Tampoco es que sea como para crucificarles. Lo del árbitro, que pareció recordar que su trabajo incluye exhibir tarjetas a los violentos cuando ya había transcurrido una hora del choque, tal vez sí merezca una revisión disciplinaria más exhaustiva.
Ante la falta de alicientes del choque de ayer, a servidor le dio por ponerse a pensar en la historia reciente del Madrid. Esa que algunos esgrimen para cargar contra los valores supuestamente desterrados por Florentino, esa por la que se rasgaron las vestiduras los enemigos acérrimos de Mou al enterarse de su fichaje por el Madrid. Y me vino a la mente que, en mi corta pero intensa experiencia vital en las huestes merengues, que se remonta a finales de los 80, no recuerdo a ningún entrenador que, viniendo de un ciclo perdedor como han sido los dos últimos años para el club de Concha Espina, lograse formar un Madrid que maravillase. La única excepción la firmó Jorge Valdano, que tras sellar una notable temporada 1994-95 (manita incluida al innombrable), salió por la puerta de atrás al año siguiente. Algo similar se podría decir del primer Madrid de Schuster, que no sólo venció con holgura su primera Liga, sino que dejó tramos de juego muy reseñables, sobre todo en la primera vuelta. Eso sí, Schuster heredó un equipo campeón de Liga. El periplo del alemán, paradójicamente, concluyó de un modo similar al del actual director deportivo.
¿Y Del Bosque? El seleccionador campeón del Mundo consiguió algo nada fácil: relevar a un entrenador mediada la temporada y acabar adjudicándose la Champions en un año, por otro lado, en el que el resultado en el campeonato doméstico fue desastroso. Pero lo cierto es que no empezó una temporada con las expectativas que, sistemáticamente, se han puesto sobre los hombros de los últimos entrenadores del Madrid desde principio de temporada.
Mal momento, supongo, para decir esto, después de un empate que escuece tanto como el de ayer, pero creo que este somero repaso a la historia reciente (refutable, como todo) nos enseña que, como en casi todos los equipos, siempre ha rentado más el producto a largo plazo que el cortoplacismo en el que vive instalado el equipo merengue en los últimos años. Faltan automatismos, falta relajación en unos jugadores que parecen vivir en una tensión permanente, falta que cada cual empiece a hacer lo que sabe hacer. Falta asumir que, como en cualquier deporte, se puede perder, y que a veces dar un paso atrás para coger impulso, puede acabar dando mejores frutos en unos años que vivir sumido en una histeria permanente. No digo que desde ya haya que tirar los títulos, pero haría mal el madridismo en desilusionarse por algo como lo de ayer y descartar que haya cosas buenas por llegar en esta temporada. Pero haría peor todavía en no dar tiempo a su propio equipo para que cuaje. La historia reciente nos dice que es lo único que no hemos probado últimamente.
R

Fotografía: Víctor Carretero

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Renglones torcidos para una goleada


Pasó el Madrid su tercer examen del curso como local con una victoria tan holgada como engañosa. La parroquia blanca se congregó dispuesta a ver la sangría predicada por Mou tras el espectáculo ante el Ajax. Todo apuntaba a ello: la refriega del sábado ante la Real era el toque de atención y el contrincante, aunque tradicionalmente duro en sus últimas visitas al coliseo merengue, iba corto de pólvora con la baja de Osvaldo. El comienzo no hizo, además, sino apuntalar las expectativas. El Madrid salió a acogotar al rival, defensa adelantada, presión en la salida del balón del equipo contrario, ambiente todo lo caldeado que se puede esperar de un Bernabéu al que aún no se han ofrendado goles…
Sin embargo, pronto el partido comenzó a torcer los renglones de su guión. El Espanyol desmintió aquello de que al Madrid no le llegan en casa, si bien habrá que agradecer, y la suerte también es elemento esencial en este invento, que el enemigo de anoche fuera ese y no otro. También habrá que preguntarle a Pochettino cuánto alcohol llevaba encima cuando decidió darle la patada a Tamudo, que por cierto ayer volvió a mojar como txuri urdin y se sitúa ya como máximo goleador catalán de la historia. Por lo que se vio ayer, el Espanyol percute, sí, pero frecuentemente con punta roma.
Los renglones adquirieron un nuevo giro inusitado mediada la primera parte, cuando el trencilla decidió desequilibrar el choque tras sufrir un ataque agudo de protagonismo. En sentido estricto, el penalti de Luis García lo es, pero no menos que el que, por zamorana, le escamotearon a Özil hace unos días en Anoeta, así que bien haría el colectivo arbitral en unificar algo, criterios, proveedores ópticos, lo que sea. 
El penalti tuvo un efecto relajante en todos: en el Madrid, que se sacudió los temores despertados por los esporádicos aguijonazos pericos (monopolizados casi en su totalidad por Sergio García); en Cristiano, que despejó sus fantasmas no una, sino dos veces; y en el respetable, ese que tanto se ha habituado a que lo espoleen más que a espolear él. Pero hete aquí que el partido, que parecía abocado entonces a una plácida  goleada merengue, languideció con el raquítico luminoso hasta alcanzar su ecuador.
A la vuelta de vestuarios, el Dr. Pepe se volvió a convertir en Mr. Hyde. Primero sacó a pasear los tacos en la matrícula de un rival que estaba ya tan fuera de la jugada que, de hecho, tenía más a mano los vomitorios que la portería de Casillas. No pasaron ni cinco minutos para que al central luso se le volvieran a cortocircuitar las luces, de forma tal que una amnesia repentina pareció hacerle ignorar su condición de amonestado y el afán protagónico del árbitro. Porque cuesta creer que el 3 del Madrid tenga un poder sideral en la mano como para tumbar a un hombre con sólo posársela en el pecho, pero una segunda amarilla por esa acción no es ni mucho menos descabellada, sobre todo para un juez como el que pisó anoche el patatal merengue, que, recordemos, es de esos que no se aburren de mirar su reflejo en el agua. Ya se ha dicho en esta tribuna, pero parece que Pepe está haciendo a Carvalho todavía mejor de lo que ya es, y lo es mucho.
Con la zozobra asomando al fondo, fue Cristiano, quién si no, el que volvió a pedirla. El reciente papá volvió a montarse una contra de las suyas que Galán, en otro alarde de apagón mental, zanjó segándolo con los pies por delante. Si lo hizo con los tacos apuntando al suelo o al tobillo de CR7 no queda, para mí, muy claro; pero lo que sí fue nítido es que, con el público encendido por la expulsión de Pepe instantes antes, a Galán le faltaron las mismas luces que al ex carioca para contemporizar algo más su entrada. El árbitro le premió el ímpetu con un pase VIP anticipado a los vestuarios, donde tal vez pudo departir con Pepe sobre cuál de sus expulsiones había sido más tonta.
A todo esto, Mou no varió su plan anterior a la expulsión españolista y sacó todo su arsenal de músculo para el centro del campo. El runrún volvió a apoderarse del Bernabéu, cuya bipolaridad alcanza como para no entender un intercambio de músculo por cerebro y, a la vez, aplaudir segundos después la carrera inútil y ventajista de alguno de los suyos. En realidad el doble cambio de Di María y Özil por Khedira y Arbeloa sólo fue injusto por el primero, ya que había sido con diferencia el activo más peligroso del Madrid sobre el campo. ¿Agotamiento? Puede ser, aunque su rostro no dibujaba alivio precisamente al abandonar el terreno de juego. Tampoco se le puso máscara de oxígeno al ingresar en el banquillo, que se sepa.
Con Lass, Alonso y Khedira dibujando un trivote y Arbeloa incrustado en el lateral derecho de la zaga, se hicieron patentes varias obviedades ya hoy muy recurrentes: que Sergio mejora infinitamente como central cuando no está a tope de facultades y que Arbeloa, con todo lo timorato que puede llegar a ser en sus incorporaciones por banda, suele centrar con más sentido que el propio Ramos cuando llega a la línea de fondo.
El guión del partido derivó entonces, siempre con su patrón de renglones torcidos, hacia la aparición estelar de un protagonista hasta entonces desaparecido y fallón: Gonzalo Higuaín. El Pipita hizo bueno un servicio formidable de Ronaldo desde la derecha para convertir el dos a cero, justo antes de abandonar el campo para dar entrada a Benzemá; una secuencia, por cierto, que recordó bastante a la pasada temporada. Roto el Espanyol, recibió el tercero de las botas del punta francés, que marcó, como casi siempre que moja, el tanto de más clase del choque. El equipo de Cornellá se quedó en esa misma jugada con nueve, porque a algunos árbitros les siguen doliendo más las faltas de respeto que las patadas, y porque a veces les hace gracia expulsar a todos menos al vándalo del partido. Duscher opositó una noche más al puesto y, el muy fenómeno, sacó otra vez el número uno de la promoción de los veintidós congregados sobre el campo.
Con el pitido final, se confirmó que el Madrid continuaba su progresión aritmética de goles en Liga y cerraba su mayor goleada en el que probablemente fue su peor partido como local. Lo que ahora cabe preguntarse es si, a estas alturas, no sería preferible intercambiar los síntomas de mejoría, que ayer se vieron con cuentagotas, por goles de relleno. 
R
 Fotografía: Víctor Carretero

sábado, 18 de septiembre de 2010

Regusto a Atocha

Lo anticipó Mou en la víspera: el partido de la Real era el más difícil que habría de encarar el Madrid hasta la fecha, lo cual no es poco habiéndose lidiado un morlaco de Champions entre medias. Habló el luso del porte de campeón del que, como equipo recién ascendido, haría  gala el equipo donostiarra. La estadística apoyaba la teoría del disputado inquilino del banquillo merengue; no en vano los franjiazules habían doblegado con solvencia al Villarreal en casa y sólo cedieron la victoria en el último suspiro ante un Almería que pasaba por ser el veterano en Primera de aquel duelo. Pese a todo, no fueron pocos los que tomaron las palabras del ex de Inter y Chelsea como un ejercicio de precaución excesivo.
Pues bien, el encuentro de esta noche en el nuevo Anoeta acabó resultando un choque con regusto al antiguo Atocha. Salió el Madrid volcado, con intenciones aviesas de repetir el guión del miércoles, con la diferencia de que la Real no se empequeñeció y que, además, contó con el aliento de un público que no se hartó de jalear a los suyos hasta la extenuación. Así las cosas, aquel Madrid que parecía una continuación del día de Champions al inicio de la primera parte, con Khedira en plan estelar y puntuales aguijonazos de Özil, Cristiano y Di María, acabó embotellado en su área al borde del descanso y poniendo una vela a algún santo para dar gracias por la diestra de palo de ese soberbio puntal que es Griezmann.
Cuentan que estando Mou en el Chelsea había jugadores a los que les castañeteaban los dientes al retirarse al vestuario si la actuación en la primera parte no había sido todo lo lúcida que de ellos se esperaba. Sea cierta o no la confidencia, la verdad es que no me habría gustado estar en el pellejo de los futbolistas merengues en los vestuarios de Anoeta a eso de las once menos diez de la noche. El caso es que la charleta debió surtir efecto porque el Madrid salió de nuevo enchufado en la segunda, con la diferencia de que el dominio se materializó en un gol, o una obra de arte, lo que prefieran, de Di María. Lo sé, no es de mis preferidos, pero debo recordar que tal hecho se debe más a su intermitencia que a su calidad, que a estas alturas resulta difícil poner en duda. Al argentino se le debe apuntar en el haber, además, una inusitada capacidad para presionar, bajar y recuperar, lo cual ayuda a explicar sin duda su asentamiento en el once de Mou. Y de paso, tal vez explique en parte el ostracismo silencioso en el que está cayendo Benzemá.
El gol tuvo en el Madrid, como ocurrió varias veces en la pasada campaña, el extraño efecto de revivir al oponente. De la mano de un Xabi Prieto estelar, la Real consiguió meterse en el partido, primero, e igualar la contienda, después, merced a un gol de ratón de área que desnudó el único error de un tremendo Carvalho. El tanto lo anotó Tamudo, el chico que mereció ser merengue, aunque sólo fuera por un día. Llegó entonces el partido a un punto en el que tanto disfrutan los espectadores neutrales, tan atacados nos vuelve a los forofos, y tanto desquicia a los entrenadores. El Madrid se encontró, al fin, con un oponente que salió no sólo a morderle, sino a jugarle con el balón en los pies; y lo cierto es que ganó el encuentro de la misma manera que pudo perderlo. En justicia, es probable que mereciera haberlo empatado, como bien reconoció su técnico en la rueda de prensa posterior.
La victoria llegó de las botas de un Cristiano al que, insisto, no me cansaré de alabar. Que sí, que es un Adonis y cobra como para que sus biznietos no tengan que preocuparse por sus cuentas corrientes. Pero resulta complicadísimo jugar con todo un estadio buscándole las vueltas y una cámara escrutando cada suspiro suyo. He visto a muchos jugadores, no necesariamente con una camiseta tan grande, aprovechar que a esto se juega con once para esconderse disimuladamente entre la marea de zamarras como el carterista que acaba de desvalijar a su víctima. A Cristiano sólo hay que convencerle de que él es el que es, y que eso está muy bien, marque o no. Ayer lo hizo, aprovechando un suertudo rebote en la espalda de Pepe, a quien a partir de ahora habrá que restregarle por aquella parte los boletos de lotería, por si las moscas. 
Y ahí se acabó la Real; o casi, porque a punto estuvo Griezmann de firmar el empate en un centro forzadísimo que se colaba para dentro de no ser por la mano del Santo. Tan forzado fue el pase del jovencísimo francés que a Mourinho le entraron los siete males al ver que el balón traspasaba la barrera del lateral. Rui Faría puede dar buena fe de ello, y de paso puede dar gracias de que lo que Mou tuviese entre las manos en aquel momento fuera un simple botellín de agua y no un AK-47. Con el pitido final llegó el liderato provisional y, hete aquí las paradojas de este hermoso deporte, las dudas. Dudas de si se trata  éste de un paso atrás o no, de si continúa la evolución o el equipo se ha estancado, de si se están encontrando soluciones para diversos males observados en el inicio liguero o no tanto. Baste mentar la ansiedad de CR7, la continuidad de Özil en el juego o la puntería de Higuaín  a título ilustrativo de estas afecciones.
Personalmente creo que lo de esta noche tiene mucho más de positivo para el Madrid. que de negativo. Por un lado, se ha ganado un partido que se debió empatar y se pudo perder. Por el otro, Cristiano marcó, aunque fuera de rebote, el gol que tanto buscaba. aunque  el acta se lo niegue. Además, el Madrid empezó a calibrar lo que le van a exigir rivales de talla. Porque esta Real lo fue, independientemente de la suerte que acabe corriendo al final de la temporada. La victoria será redonda si, además, sirve de recordatorio de lo mucho que queda por afinar para poder ser competitivos contra rivales de mayor entidad. 
R

viernes, 17 de septiembre de 2010

Fenómenos paranormales


No sé si valdrá con una pata de conejo colgada del cuello, si será suficiente con sortear escaleras por la calle, o con cruzar los pasos de peatones pisando sólo las líneas blancas. A partir de ahora pienso levantarme siempre con el pie derecho –incluso me planteo avanzar hasta el baño a la pata coja dando botes sobre esa pierna para asegurar el tiro-. También puede que le caiga alguna vela a algún santo de guardia.

Quizá la señal es que a esta hora este blog “les gusta” -en términos feisbuckianos- a sus dos creadores y a ¡13! personas más. Ni me planteo levantarme de la cama el próximo martes y 13 (para el que queda casi un año, el 13 de septiembre 2011). Es más, tampoco lo haré en viernes 13, dada mi vocación europeísta.

Al gato negro de mi vecino lo pienso sacrificar para ofrecer su sangre al príncipe de las tinieblas, si ha menester. Y a la bruja de mi jefa le pienso pedir un aquelarre en toda regla durante la cena de Navidad.

Doblaré mi apuesta en dólares de la suerte y tengo decidido ampliar mi capital social en monedas-refugio como el yen japonés y el franco suizo.

Este es mi plan, y acepto sugerencias para hacerlo más profundo y seguro. No puede ser que al día siguiente de jugar un notable partido europeo y cuando hay cierto acuerdo en que la cosa puede empezar a funcionar, llegue la Federación Portuguesa de Fútbol y los bomberos jubilados que la rigen y planteen llevarse al entrenador del Real Madrid durante 10 días y dos partidos para que les apague el fuego que tienen montado en su selección. Aquí pasa algo raro. O esto está lleno de fantasmas, o es que paga Laporta.

GT

jueves, 16 de septiembre de 2010

En la salud y en la enfermedad



No tengo ni idea de por dónde tirarán hoy las crónicas del partido del Madrid. Sospecho que la exhibición (una más) de Mesut Özil, ese nuevo rapsoda con el que el Bernabéu se regala los ojos tras la espantada del motorista Guti, la seriedad defensiva de una zaga que ha vuelto a hacer de su capitán un espectador de excepción, o el casi hat-trick de ese goleador por quien bien debiéramos desterrar los diminutivos, ese Don Pipa con mayúsculas, serán algunos de los temas recurrentes. Puede que alguno incluso se atreva a mentar al innombrable Mou como partícipe, si no responsable, no digamos ya artífice, de un equipo ante todo serio, en breve competitivo.
Pero a mí me gustaría hoy hablar del crack de esta escuadra. Un tipo que, recién llegado en la campaña anterior, adoptó galones de capitán general y se echó el equipo a las espaldas en incontables ocasiones. Un jugador excepcional, de una casta exquisita, prototipo del futbolista total, dominador de (casi) todas las facetas del juego que se sobrepuso a algo que ni los más grandes supieron manejar durante sus primeros meses de blanco: la presión de saberse un fichaje megamillonario.
A Cristiano Ronaldo le tienen ganas. No les culpo. Es guapo, juega bien al fútbol y, encima, tiene la desfachatez de no avergonzarse de ninguna de las dos cosas. Sospecho también que el chaval no es tonto. Normal que se ensañen con él. Un Mundial mediocre y un arranque de liga con el punto de mira desafinado han bastado para desatar un terremoto en las cloacas tal que las críticas se han cebado encarnizadamente con el apolo merengue. Que si chupa (los futbolistas que son los mejores del mundo con el segundo a una distancia insalvable no, claro, nunca), que si está desquiciado, que si ya no es tan decisivo, que si Khedira le gana en los sprints.
En este invento amnésico que llamamos fútbol, pronto nos olvidamos de los valientes. El deporte en general y el fútbol en particular son igualmente dados al apedreamiento de los que, por distintos, son especiales. Nos gusta ensalzar a los héroes, sin duda, pero anida también en nosotros un truculento y oscuro placer  en forzar su caída. Ayer CR7 volvió a encelarse en su batalla particular por demostrar que no sólo juega bien, sino que también marca, que es ese futbolista decisivo que necesita todo equipo con aspiraciones a todo.
Pues bien, aquellos que con tanta virulencia se han volcado contra él deberían escribir hoy que el de ayer fue un partido sublime del luso, que no sólo creo ocasiones de gol sino que jamás cejó en su empeño por ofrecerse siempre al compañero y por habilitarlo en numerosas oportunidades. Deberían decir que no, que no es necesario que marque para que se sienta superlativo, porque ya se ha ganado el suficiente respeto de la grada y del madridismo como para que no se le juzgue por una sequía de dos, tres, cuatro o siete partidos. Deberían decir que, como en todos los matrimonios bien avenidos, y el de CR7 es un amor probado desde hace años por estos colores que tan bien le sientan, a Cristiano se le quiere en la salud y en la enfermedad, en las buenas rachas y en las malas; porque ante todo es un futbolista recto, cabal, de los que no se esconden, de los que lo intentan siempre y de los que se vacían hasta el final. Como muchos no lo dirán, sirva esta humilde tribuna para que se lea bien claro: ayer, en el partido en el que el Madrid presentó sus credenciales en Europa ante todo un tetracampeón continental, Cristiano, sin marcar, ni falta que hace, volvió a ser líder y referencia de un equipo con hambre de todo.
R

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Que Zadok nos acompañe


Según la tradición judeocristiana, Zadok -o Sadoq- fue un sacerdote leal al rey David cuyo nombre fue utilizado posteriormente para designar a los sacerdotes guardianes de la alianza entre Dios y los hebreos, los llamados ‘Hijos de Zadok’.

Muchos siglos después, el músico angloalemán Georg Händel (en la foto) compuso el himno ‘Zadok el Sacerdote’ con motivo de la coronación de Jorge II de Gran Bretaña, en el primer tercio del S. XVIII.

Sirva este escueto apunte histórico para demostrar una vez más cómo el fútbol, ese opio del pueblo denostado por tantas mentes bienpensantes, hunde en muchos aspectos sus raíces en el pasado más brillante de los pueblos.

La música de Händel, adaptada por la UEFA hace ahora casi 20 años como himno de la competición que corona al mejor equipo de la vieja Europa, volverá a sonar esta noche en el Santiago Bernabéu. Lo hará seis meses después de la última vez que los jugadores del Real Madrid tuvieron derecho a escucharla vestidos de corto, en la noche de la eliminación contra el Olympique de Lyon.

Medio año en que la primera plantilla ha sufrido su enésima transformación, casi de arriba a abajo. Si la aspiración es que esta temporada el himno suene más de cuatro veces, es decir, que al menos se escuche en cuartos de final, el equipo tiene que tomarse cada partido como si de la final se tratara. Con respeto al rival (sin portadas vendiendo resultados), esfuerzo en el campo y acierto para satisfacer al Bernabéu.

Hasta el momento, los detalles no acompañan. Más que del Ajax, se está hablando de silbidos. Quizá no es el momento de silbar, pero a algunos se les olvida que ya se les va cogiendo el número, sea el 9 ó el 7, y que las posturitas, la individualidad en exceso, las malas caras y la tensión convertida en ansiedad vienen de lejos. El aficionado tiene memoria. Primer detalle.

El segundo es el que dejó ayer Mourinho en sala de prensa. “El Madrid tiene tantas ganas de ganar la décima como yo la tercera” vino a decir. El baile de egos continúa.
GT

http://www.youtube.com/watch?v=iKAZK6kbmEM&feature=related

martes, 14 de septiembre de 2010

No parará, aunque quizá le paren

Dice Florentino Pérez ante los dueños del Real Madrid que no parará “hasta conseguir la Décima Copa de Europa”. Lo dice con la solemnidad de megalómano a la que nos tiene acostumbrados.

Es loable intentarlo, pero ya conocemos el paño. Ocho años lleva persiguiéndolo, de una u otra manera, y los resultados saltan a la vista.

El club necesita un modelo creíble, continuado, que siente las bases del futuro a medio y largo plazo. Necesita trabajo sordo, no bombos, platillos y grandilocuencia. Y, sobre todo, necesita pasar de octavos de final y dejar de manchar su historia.

El nuevo entrenador y los jugadores necesitan tiempo. Hay que estar dispuestos a dárselo. Es la única manera de creer en algo. Lo mejor de Mourinho es que, llegado el caso, la opinión de Florentino Pérez le resbalará. Ésa y no otra es la única, para mí, de momento, razón para la esperanza.
GT

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mucho en la nevera


Sin grandes aspavientos y con el ya habitual revuelo histérico del entorno madridista, el club de Concha Espina liquidó su compromiso del sábado contra un Osasuna más inocuo que nunca. Gol de Carvalho, por cierto, que no sólo dio la impresión de manejar la adrenalina con mucha más destreza que su compañero de zaga, sino que acompañó el contragolpe decisivo con inteligencia y fe. Gana puntos el portugués a la par que ayuda a su nuevo equipo a sumarlos él también.

Y la victoria, salvo que algún corifeo de las antedichas histerias me interrumpa, debió ser más holgada. Dirán que Mou pecó de sobrado una vez más cuando zanjó el veredicto del partido con un “no fue tan difícil”, pero ni el más ansioso por escuchar pitos hacia el banquillo o hacia el palco podrá negar la mayor. No hubo juego de fantasía, no, pero sí muchas razones para la esperanza.
De un lado, no por obvia menos reseñable, la más subrayada por el técnico de Setúbal: a este Madrid cuesta un triunfo hacerle ocasiones. No es que Osasuna fuera un prodigio de exigencia, pero hasta Marcelo pareció entonado en el infranqueable muro de Mou. Veremos si cuando suba el pistón de los rivales el fútbol-control de los merengues sigue moviéndose en estos parámetros.
Más obviedades: sin hilar un rodillo de juego, el Madrid amontonó ocasiones evidentes, especialmente en la segunda parte, que hicieron patente lo escaso del marcador, con un Özil agarrado al bastón de mando, como de él se espera. La parroquia madrileña le despidió con una ovación bastante más sonora que los pitos que soplaron tímidamente avanzada ya la primera parte. Por cierto, sospecho que el Bernabéu, sabio casi siempre en su veredicto, más timorato en su apoyo incondicional, silbó entonces más el resultado que el juego del equipo. Sea o no sea así, los pitos desaparecieron mágicamente en la segunda parte, con el viento ya de cola.
Pero lo que más motiva, a mi juicio, de este Madrid, es que aún guarda muchas balas en la recámara. Ayer Cristiano volvió a rodar un nuevo episodio del particular culebrón de ansiedad que parece arrastrar desde Sudáfrica. Con todo, su partido del sábado, sin ser notable, no fue precisamente una concatenación de pifias. Ya entrarán. Y lo mismo se puede decir de Higuaín, que pareció dejarse la pólvora en el Monumental. El tema es que ahora ni después de fallar dos o tres ocasiones cantadas salen de debajo de las piedras los que vaticinaban que el Pipita acabaría jugando en el Castellón o se mofaban de su insustancialidad con aquel pérfido mote de “Igualín”. Gonzalo es un jugador top, como bien y brevemente lo definió su entrenador, un goleador que, como todos, se ve sometido a las veleidades de las rachas. La receta es la misma: ya entrarán.
Da la sensación, en fin, de que a diferencia de la temporada pasada, cuando el Madrid se fue desmoronando con la lentitud y parsimonia de su antiguo técnico, ahora sí que hay ámbito de mejora. Hay solidez defensiva, hay solidaridad entre líneas, pero sobre todo hay mucho en la nevera: los goles de Higuaín y CR7, el estallido ya anunciado de ese inmenso jugador que es Özil, el cuajo definitivo de Khedira y Xabi, la consolidación en el once de Di María, Pedro León y Canales. No es cuestión de pecar de ingenuo y pensar que todos esos factores se vayan a plasmar finalmente; pero, ¿es demasiado ingenuo pensar que, por mera probabilidad aunque sea, alguno(s) de ellos acabará(n) dándose?

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