jueves, 31 de enero de 2013

Un coloso apaga las llamas



Tanto coqueteó anoche el Madrid con el abismo que la impresión generalizada tras el empate a un gol con el que se saldó el primero de los tres clásicos que se avecinan fue que los merengues no solo salieron con vida sino hasta algo espoleados. No solo porque el equipo tuviera bajas, muchas y muy importantes en puestos determinantes; sino porque, por poner un ejemplo, el equipo pasaría a la siguiente ronda con repetir en el Camp Nou el resultado que logró el Málaga en la ronda anterior o, por citar algo más cercano a Chamartín, el que logró el propio Madrid en la edición del año pasado. Y no es poca cosecha.
Porque, con la delantera mermada –ni Higuaín ni Benzemá están siquiera cerca e su mejor nivel– sin Di María, un puñal que ayer hubiera podido meter en más de un problema a un Jordi Alba tan eficiente en ataque como coladero en defensa, y sin los dos centrales titulares, que el Barça se adelantara en la segunda parte después de un afortunado (o desafortunado, según se mire) rechazo hizo parecer que el suelo se abría bajo los pies del equipo blanco. A ello se sumó, además, que ni Khedira ni Xabi tuvieron su noche, que Mourinho estuvo lento dando entrada a Modric y salida a un Callejón que no justificó su titularidad, además de demasiado atrevido dejando a Carvalho sobre el césped después de una amonestación y varias pifias, y un Cristiano intermitente cuyos destellos el Barça no se cortó en apagar con marrullerías toleradas por un árbitro que, para variar, maleó los raseros como le vino en gana.  
En medio del caos el Madrid se sostuvo por la actuación imperial (otra) de Özil, pero por detrás de él emergió la figura aún más colosal (por inesperada, por esperable) de Raphael Varane. El central francés jugó su primer clásico con solo 19 años, casi dos después de haber llegado al primer equipo. Jugó cuando estuvo preparado, nadie le quemó antes, y gracias a eso ayer pudo desplegar la mejor actuación de su vida ante el mejor rival posible. Mourinho, claro, nada que ver.  
Más allá de su gol redentor, que sofocó el incendio incipiente en la sala de máquinas merengue y devolvió el pulso a la eliminatoria, el joven defensa merengue dio una exhibición en la retaguardia, recuperando metros en carreras imposibles, demostrando una precisión quirúrgica al corte, y salvando el pellejo de otros compañeros en errores garrafales como la cesión de Carvalho al portero en la primera parte que no acabó en gol porque no lo quiso la providencia. Y la providencia ayer se llamaba Raphael, que tuvo la fe suficiente como para correr veinte metros para ejercer de portero sin manos y despejar un balón que había rebasado ya al guardameta.  
Fue, sin duda, la mejor noticia de un día en el que los focos se situaban un poco más atrás, en la portería. Jugó Diego López y se escuchó un runrún, justo lo mismo que hubiera sucedido su Mourinho hubiera perpetuado su apuesta por Adán. Probablemente se equivocó no dándole la alternativa definitiva después de la confianza reiterada en él durante toda la temporada. Lo cual no quita para que Diego López, sobrio y hasta salvador en alguna ocasión, probablemente esté mejor que él ahora mismo. Lo cual no contradice en absoluto que Adán estuviera mejor que Casillas cuando el técnico –y no los periodistas– lo decidió.  
Sea como fuere, la noticia no fue ayer ni Diego ni Adán, sino Raphael. Suyo es el futuro del Madrid y gracias  a él el Madrid sigue teniendo el presente muy vivo. Los precedentes no invitan al desaliento. Y nada más propio de esta institución inasequible al desaliento aferrarse a la vida antes de invocar la épica.

domingo, 27 de enero de 2013

Una historia verdadera

Cuarenta y cinco minutos necesitó el Madrid para liquidar el choque de esta mañana en el Bernabéu contra el Getafe. En realidad, fueron diez, los que tardó Cristiano Ronaldo en ejecutar un hat-trick que aleja al equipo de debates de mentira y reclama para él verdades evidentes como el carácter colosal de su juego y el indignante ninguneo al que se le somete en los galardones internacionales. Su fútbol hace honor a su nombre, es una verdad revelada que solo puede lamentar que el madridismo haya tardado tanto en reconocerla de manera inquebrantable. El Bernabéu volvió a ovacionarle cuando Mourinho decidió protegerle de cara al clásico del miércoles. Esperemos que tanto afecto no llegue tarde, porque no se recuerda a un futbolista tan total por Concha Espina desde hace muchas décadas.
El resultado, para nada mentiroso con la diferencia abismal que separa a los dos equipos, sí puede llevar a equívoco con respecto al esfuerzo que le requirió la tarea al equipo merengue. En la primera parte los blancos cocinaron la victoria tan a fuego lento que se corría el peligro de  adormecer a la parroquia y coquetear con algún desliz en defensa como el que torció el partido de la primera vuelta contra el mismo rival. Durante esos minutos, fue Özil el que se encargó de remover esporádicamente a sus compañeros para evitar que la cosa se acabara pegando.
Otro alemán, Khedira, se unió a la causa en la segunda parte y la cosa se desató. El hecho pasará desapercibido para los periodistas de whatsapp, pero desde que este chico aprendió a pasar hacia delante ha derribado todas las puertas para ser un futbolista descomunal. Muestra de la confianza que rebosa en los últimos partidos fueron dos taconazos que pudieron poner la guinda a la victoria. Mourinho, imaginamos, nada que ver.
Pero no debería desviarse la atención del verdadero protagonista. Cristiano Ronaldo es un futbolista colosal que agota todos los calificativos cuando se encuentra en plena forma, estado que ha rebasado ya hace varios partidos. Marcó el 2-0 después de una contra en la que Özil ejerció casi de colocador de voleibol y que él ejecutó, como le hemos visto tantas veces, después de una carrera sideral. Uno se queda a veces con el gusanillo de saber hasta dónde llegaría si le abrieran la puerta del estadio que hay detrás de la línea de fondo, aunque uno imagina que sería muy, muy lejos. El portugués marcó el tercero de su equipo y segundo de su cuenta de cabeza a pase de un redimido Di María, que encontrará más paz por la vía de las asistencias que de las revanchas ante rivales que, conociéndole, siempre tratarán de picarle. Y como si fuera un guiño cósmico, Cristiano despertó a Moyá de su sueño rematando el hat-trick desde los once metros.
Antes de la fulgurante irrupción de Cristiano en el partido, Ramos había adelantado al Madrid con un gol de pillo después de una mala salida de Moyá que éste trató de excusar con un supuesto roce de Carvalho, un ejercicio de frustración más que comprensible después de lo exitosamente que había liderado la defensa numantina de su equipo hasta ese momento. Pero sería poco honesto sugerir siquiera que la victoria del Madrid se sustentó sobre algo tan menor. Y se podrá decir y escribir lo que se quiera, pero la única historia verdadera es la que está escribiendo un Cristiano colosal subido a los lomos de un equipo cada vez más entonado.

jueves, 24 de enero de 2013

Trámite y a semis

Terceras partes pocas veces fueron buenas y la de Mestalla de anoche llegó bastante falta de alicientes. Una victoria lo suficientemente solvente en la ida y, sobre todo, el bofetón del interludio liguero hacían que pocos creyeran, aunque fuera remotamente, en la remontada. Una grada lejos del lleno así lo atestiguó, de hecho.
Pero si había poca emoción, el azar, el árbitro y algún que otro jugador del Madrid se empeñaron en atizar las ascuas de una eliminatoria muerta. El primero haciendo que una (otra) mala salida de Casillas en un córner acabara con el balón muerto en las inmediaciones del área chica. Arbeloa, que estaba para menos bromas que el capitán, reventó el balón y los restos de metralla se llevaron los dedos de una mano de Casillas al limbo de los daños colaterales. Antes de cumplir el primer cuarto de hora, Iker se vio en un trago similar al que tuvo que pasar Adán en Liga frente a la Real Sociedad.
El portero suplente cuajó una buena actuación, sin demasiadas estridencias y alguna que otra parada notable. Hasta el gol del empate del Valencia. Antes Benzemá había sofocado la animosidad ché, todavía en la primera parte, mandando a las mallas un pase que Xabi trazó con escuadra, cartabón y esmoquin, y que volvió a destapar las vergüenzas de Ricardo Costa.
En la segunda parte, cansado de dejarlo todo al azar, Coentrao se autoexpulsó con una mano ridícula que encima premió al Valencia con una falta lateral de las que no hace tanto ponían a tiritar a la defensa del Madrid. Por desgracia, parece que el portugués sí tuvo la sangre fría que no tuvo Ramos, así que no nos queda ni el consuelo de perderle de vista cuatro o cinco partidos. Tras el saque de falta, un mínimo roce de un defensa bastó para que Adán se quedara con el molde e hiciera un Arconada en toda regla.
Ni el 1-1 espoleó lo suficiente al Valencia, tal vez entumecido por el correctivo recibido después de casi cuatro horas de fútbol, tal vez con el premio final tan distante que apenas podía divisarse. Fue entonces cuando el árbitro, decidido a no dejar que se le cayera el encuentro por la alcantarilla del encefalograma plano, comenzó su recital. Su modo de ignorar las agresiones a Cristiano fueron una provocación barriobajera solo equiparable a la indecencia de algunas de las tarascadas. En pleno apogeo del árbitro, Di María se coló en la fiesta por la puerta equivocada y, en lugar de llevarse el coche o el apartamento en Torrevieja, se fue a la caseta por la puerta chica escasas horas después de coronarse en la misma plaza. Su agresión fue tan merecedora de roja como otras antes en el bando contrario. Que Banega acabara al partido fue una mala broma. Que el árbitro le sacara la primera amarilla en la prolongación, un recochineo denunciable.
Sea como fuere, el Madrid se cuela por tercer año consecutivo en las semifinales de una competición en la que no hace tanto se jugaba los cuartos (o los octavos, o lo que fuera) contra rivales de tercera. Literalmente. El de estas semifinales, triunfe la lógica o la sorpresa, será de tronío.

lunes, 21 de enero de 2013

El Madrid ya tiene ángel


Pasó la semana entre rumores de banquillo para Cristiano Ronaldo después de su cacareada bronca con Mou al término del partido de ida de los cuartos de final de la Copa del Rey. Sorpresón, por cierto, que se filtre un encontronazo en el vestuario. Y se habló poco de fútbol a pesar de que el Madrid empezó a mostrar signos de recuperación ya en aquel partido.
Lo que sucedió ayer en Mestalla confirma que el equipo sigue en la línea de mejora apuntada en Copa y recuerda que, aunque la Liga tal vez esté perdida, la clase sigue fluyendo por las venas de este equipo. Clase y pegada mortal, porque el bofetón de realidad que le soltó el Madrid a su adversario, cinco goles en cuarenta y cinco minutos, es una estadística irrefutable que solo palidece ante la hipótesis de la paliza histórica que pudo haber sido.
Porque el Madrid se adelantó pronto, antes de los diez minutos; pero lo hizo después de que el autor del primer gol perdonase otra ocasión mucho más clara instantes antes. A la segunda no hubo piedad, y un contragolpe lanzado por Özil y Di María acabó con un remate preciso del Pipa Higuaín que desequilibró el marcador y pintó de piedra a Diego Alves. De toda aquella ecuación sobresale el nombre de Di María, uno de esos que no estaban y que pueden ser cruciales si deciden volver a estar. El Fideo se despachó a gusto contra sus críticos con un partido en el que hizo de todo: correr, marcar y asistir. Lo primero había empezado a hacerlo últimamente, pero como en lo segundo y lo tercero empiece a haber continuidad, este Madrid será temible.
A la fiesta se pudo sumar Khedira, de nuevo superlativo en su faceta box-to-box, pero el tremendo desequilibrio entre sus descomunales cualidades tácticas y físicas y su limitadísimo repertorio de remate le volvió a cerrar la puerta grande. Como dice un amigo mío, si a este chico le ponen a ensayar disparos una hora después de todos los entrenamientos, le hacen balón de oro. Y no es ninguna exageración.
El que sí estuvo en la fiesta fue el capitán in péctore del equipo, CR7, un ciclón agradecido por la decisión de Valverde de ponerle a lidiar con Diego Alves en lugar de Guaita. De sus botas nació la asistencia del segundo gol, con la que puso el balón a escasos centímetros de la raya a Di María y la cadera a varios metros de su sitio natural a Ricardo Costa. El tercero y el cuarto también llevaron la firma del portugués: uno, un órdago de velocidad que ningún defensa fue capaz de ver y que liquidó con un zapatazo al palo corto que Diego Alves no supo defender, y otro después de una vertiginosa jugada de toque en la que Di María empala un centro por la banda que Özil dulcifica con el tacón y el portugués remacha sin contemplaciones. Aun se plantaría solo el argentino una vez más delante de la portería de Diego Alves para redondear su gran noche, justo antes del descanso.
Y después, poco más. Valverde acertó al reconocer que el Madrid había perdonado lo que podía haber sido un castigo mayúsculo y la afición ché, que abandonó en masa el estadio hasta dejarlo casi vacío hacia el final del encuentro, no tuvo ni el clavo ardiendo del arbitraje para mascar una derrota sin paliativos. Lo peor para el Madrid, el escozor con el que puede acudir el equipo valencianista a la vuelta de la Copa del Rey. Lo mejor, sin duda, que se sigue con la progresión que acerca el recuerdo al equipo demoledor de la Liga de los cien puntos. No es momento ni de lamentarse por la pésima primera vuelta ni de fantasear con hazañas imposibles. Pero a este nivel, puede que baste el trabajo para que la temporada se acabe escribiendo en términos épicos.

miércoles, 16 de enero de 2013

Medio pie en semifinales


El Madrid asomó ayer la cabeza en las semifinales de la Copa del Rey, justo el paso en el que se quedó el año pasado, en la competición que ganó hace dos. Lo hizo después de un partido tenso y vibrante contra un rival que rayó a muy buen nivel y que protestó airadamente la actuación arbitral, que a decir verdad fue una de esas que ciertos presidentes celebran sin remilgos cuando les arropan los incondicionales.
Porque sí, el línea le cantó a Soldado tantos fueras de juego que uno pensó que en cualquier momento el delantero valenciano iba a hacer honor a su nombre y le iba a fulminar con la mirada o algún otro método más expeditivo. Casi todas esas infracciones mal pitadas, también ha de decirse, se resolvieron de manera intrascendente. Eso, junto a una mano y un agarrón en el área de Carvalho sirvió para que Superdeporte, el diario deportivo valenciano, hablase de “el atraco de siempre”. En una línea similar se expresó David Albelda, aunque aún está por determinar si el capitán valencianista es un llorón como se le dijo a Di María esta semana o alguna suerte de libertario. Como hace unos días escribíamos que el Madrid, pese a los errores arbitrales en el Reyno de Navarra, no podía excusarse en ellos para justificar el empate; nosotros optaremos por hablar de fútbol.
Porque lo hubo y mucho anoche en el Bernabéu, aunque no necesariamente de la forma ordenada que les suele gustar a los entrenadores. Salió el Madrid a romper y el Valencia con una determinación similar, en su caso por evitar que el rival se desmelenase tan pronto. Prueba de ello fueron las cinco faltas que recibió Cristiano en los siete primeros minutos, ninguna de ellas merecedoras de amonestación a juicio del mismo colegiado al que algún valencianista querría haber visto colgado de la falla mayor.
El portugués fue el jugador más activo en este primer tramo de partido, pero no el único. Özil rayó otra vez a gran nivel, Modric pareció mucho más cómodo en su vuelta al once titular, y sería una completa injusticia obviar el tremendo rendimiento que ofreció Khedira, más top que nunca. Hasta Benzemá, absolutamente intermitente, dio una gran sensación de peligro las escasas veces que agarró el balón cerca del área.
Suyo fue el primer gol, que llegó después de una parada salvadora de Casillas y de un contraataque de manual lanzado por Essien que Khedira convirtió en veneno puro con un solo toque. El francés remató la faena con el estoque tras un amago muy torero. A esas alturas el dominio del partido ya era del Valencia, que tampoco se descompuso después del primer golpe, seguramente pensando que la batalla habría de dirimirse en tres horas y no en una y media.
A vuelta de vestuarios las fuerzas se equilibraron y el partido se convirtió en un toma y daca de esos que tanto temen los entrenadores visitantes en el Bernabéu. El saldo parcial fue idéntico al de la primera parte, 1-0, después de que Higuaín apretase con su presencia y una mano absolutamente involuntaria para superar a Guaita y Guardado. El mexicano fue el primero en despejar las dudas sobre la validez del gol al no protestar absolutamente nada la acción.
En el intercambio, el Valencia también tuvo las suyas, especialmente un rechazo de Casillas que cayó en los pies de Jonas y que éste mandó al limbo con todo a favor, pero también en los múltiples balones colgados –el Valencia ayer casi bate el Guinness de córners– al área merengue que Casillas, una vez más, se negó a gobernar como debería un portero de su talla. Esa es la cara B del guardameta mostoleño, por más que sus voceros se nieguen a escucharla.
Pero, igual que por ahí pudo reducir distancias y hasta empatar el Valencia, el Madrid tuvo la sentencia de la eliminatoria en dos mano a mano de Cristiano Ronaldo extraordinariamente despejados por Guaita, el mismo portero que incendió Canaletas tras negarle la victoria al Madrid en liga en la antesala de su visita al Camp Nou.
Y tal vez ahí estribe la mayor garantía del Madrid de cara a la vuelta. Más allá del innegable valor de los dos goles y el cero en la portería propia, cuesta creer que, conociendo al portugués, no trate de resarcirse en la vuelta. Con todo, sigue siendo una buena noticia que después de que tanto se hablase de cristianodependencia después de la cita de Pamplona, la ida de cuartos de Copa haya dejado una victoria sólida que no invita a lamentar demasiado los fallos del portugués.

lunes, 14 de enero de 2013

El fin, los medios y la memoria


El Madrid cerró el pasado sábado en el Reyno de Navarra una primera vuelta que le ha dejado a dieciocho puntos del líder y por debajo del Atlético de Madrid en la clasificación, datos que hubieran hecho desternillarse hasta al madridista más epidérmico al principio de temporada.
Lo peor, desde luego, fue la imagen con la que el equipo cerró sus primeros diecinueve partidos: en casa del colista, con un único tiro a puerta en todo el partido –en el descuento– y la perenne impresión de que sin Ronaldo no hay nadie capaz de evitar la tendencia del equipo este año a la depresión y la abulia. Ni siquiera el lamentable arbitraje –uno más–, que privó al Madrid de un gol legal, volvió a diezmarlo por una expulsión justa pero impensable contra otros equipos o jugadores, y sancionó a Oier solo con una amarilla por una entrada criminal contra Higuaín, puede servir de excusa. Osasuna no jugó a nada y el Madrid cometió el pecado imperdonable de seguirle el juego.
Y, aunque la agresividad mediática contra Mourinho se haya rebajado bastantes grados, perdura la sensación de que el técnico portugués no acaba de dar con la tecla para hacer reaccionar a sus hombres. Puede que, como dicen algunos, haya dado por perdida la Liga y no le importe entrar en barrena con tal de picar el orgullo de sus jugadores.
Resulta justo, cuanto menos, dudar si el fin justifica los medios, porque es evidente que cualquier madridista pasó del cabreo de los primeros partidos a una cierta decepción resignada el pasado sábado, y no es desde luego ninguna de las dos características habituales del fenotipo madridista. Pero también es cierto que si el equipo se despereza en los tres últimos meses de competición y el sprint le llega para coronarse en Champions escaso poso quedará de todo este sufrimiento. Baste ver la pobre actuación que el equipo tuvo en Liga el mismo año que se consiguió la Octava, o lo poco que duró la decepción del centenariazo cuando, días después, se consiguió la Novena.
Quizá haya que quedarse con algo de las dos posiciones. Es evidente que el Madrid no puede seguir paseando ciertas actitudes en campos de rivales manifiestamente inferiores. Se puede empatar, se puede perder, pero no se puede dar sensación de impotencia. Del mismo modo, no se puede descartar a esta plantilla para el resto de títulos en liza. Que en la Liga se haya dado la circunstancia del que el Barça haya culminado una primera vuelta con catorce puntos más que el año pasado a estas alturas, apoyado en sus momentos de buen juego y en los empujones arbitrales en situaciones de debilidad como la que vivió, por ejemplo, en el Reyno, o que el Atlético de Madrid haya hecho casi el doble de puntos en esta primera vuelta que el año pasado en los mismos partidos son datos que deben servir para poner en su justo relieve lo que está sucediendo. El Madrid ha completado una mala primera vuelta, pero de ninguna manera una temporada catastrófica. Hay entrenador, jugadores y partidos de sobra para dar la vuelta a la situación y contestar con títulos. En sus manos está.

jueves, 10 de enero de 2013

Comunión con Cristiano


http://p2.trrsf.com/image/get?src=http%3A%2F%2Fimages.terra.com%2F2013%2F01%2F09%2F20130109634933647978480221.jpg&o=cf&w=619&h=464
Una década llevaba el Madrid sin remontar una eliminatoria y tan solo dos minutos estuvo ayer eliminado en octavos de final de la Copa del Rey, los que tardó Ronaldo en agarrar un saque de banda de Arbeloa, no le hace falta mucho más al portugués para hacer virguerías, y mandar un zapatazo al fondo de las mallas que clasificaba al Madrid por el valor doble de los tantos fuera de casa.
Y por si acaso algunos, los que no le votaron como mejor jugador del mundo -o los que sí pero no-, entendieron el tanto del portugués como una ecuación en la que el portero vigués ejerció de incógnita determinante; el crack de Madeira se despachó a gusto con otros dos goles, uno más delirantemente anulado, y una asistencia en las postrimerías del partido. Así que los premios dirán lo que quieran, pero Cristiano es un futbolista superlativo, que ha realizado una campaña espectacular, ha ayudado al Madrid a ganar la Liga más complicada del mundo y a su selección a colarse entre las cuatro mejores de Europa. Su comunión con el Bernabéu es total y sus galones en el equipo se agigantan a cada partido.
Pero el Madrid ayer no fue solo Cristiano, pese a lo que se lea por ahí. El Celta, que se presentó en el Bernabéu con seis bajas voluntarias en su once, de entre las cuales llamaba poderosamente la atención la de Iago Aspas, tal vez lo fió todo a mantenerse vivo en la eliminatoria dosificando la renta de la ida hasta la última media hora y ahí inyectar a su crack en el partido para tratar de sacar petróleo. Y pese a lo contundente del 4-0 del resultado, no estuvieron tan lejos de conseguirlo, porque tras acabar la primera mitad con un 2-0 y ver cómo Ramos era expulsado rigurosamente (la segunda tarjeta fue una estupidez suya, pero la primera lo fue del árbitro) mediada la segunda parte, el escenario les dibujó la prórroga a solo un gol de distancia con un rival nuevamente diezmado.
Sin embargo, en inferioridad el Madrid volvió a sentenciar con dos zarpazos en los que Ronaldo estuvo, cómo no, de por medio. En el primero selló el hat-trick que el línea le había negado en la primera parte después de una cabalgada sideral de las suyas cuando los demás boquean hasta para ir a por agua a la banda. Y el segundo fue una pared fabulosa entre Khedira y el portugués que acabó con el alemán trastabillado frente a la portería del Celta y rematando de una manera tan poco académica que el balón entró mansamente entre las piernas del defensa, sorprendido como todos por tan retorcida finalización. Es de estudiar lo de este chico. Pocos delanteros en el mundo crean tantas situaciones de peligro como él últimamente; una lástima que su habilidad para generarse ocasiones no venga acompañada de un mínimo despliegue técnico. Claro que, si fuera así, sería su renovación y no la de Cristiano la que traería de cabeza al madridismo.
El partido terminó con el público encendido, la eliminatoria superada y el Valencia esperando en cuartos. Antes hubo pitos a Mourinho y aplausos a Iker, que salvó los muebles con 2-0 en tres ocasiones, y volvió a mostrar su inseguridad habitual en los balones parados. Y, siendo el público soberano, cabe preguntarse si lo que ha mediado entre el Mourinho coreado hace escasos meses por desbancar en Liga al que se denomina mejor Barça de la Historia y éste al que ahora se pita son los 16 puntos de desventaja que separan al equipo blanco del líder o la devastadora campaña mediática que se ha hecho contra un entrenador cuyo máximo pecado ha sido no tolerar injerencias externas en la gestión deportiva del equipo. Ronaldo, que además de capitán in péctore tiene últimamente la sensatez por bandera, hizo ayer un llamamiento a la unidad del equipo y la afición. Para los que ahora claman contra Mourinho y luego pedirán continuidad y proyecto, sirvan las dos competiciones en los que todavía sigue vivo el equipo como motivación para dejar de tirar piedras contra el tejado propio.

domingo, 6 de enero de 2013

Regalo trampa

 
Fueron pocos, apenas sesenta mil, los aficionados que decidieron acercarse a recoger su regalo ayer por el Bernabéu. Dieciséis puntos y un horario que se prestaba más a sobremesas familiares tuvieron a buen seguro la culpa de las ausencias, y es probable que el morbo del debate de la portería fuera el responsable de que el índice de deserciones no fuera aún mayor. Sea como fuere, ninguno de los que se asomaron por Concha Espina pudo prever que el fútbol les fuera a obsequiar con un guion tan retorcido.
Sobre todo cuando en el minuto dos un pase medido de Khedira, y aunque algunos no lo crean esas cuatro palabras a veces empastan bien, habilitó a Benzemá para adelantar al Madrid. El arranque aventuraba, si no goleada, sí al menos cabalgata plácida porque el rival era de esos que, en condiciones normales, suelen fiarlo todo a no encajar primero. Pero el guion de ayer no era normal y cuando no habían pasado ni seis minutos Adán convirtió un despeje en un runrún que el ataque txuriurdin podría haber pasado perfectamente por alto, pero la insistencia de Carvalho en anunciarlo por megafonía permitió que Vela se acabara plantando solo delante del portero. Un recorte después, el delantero mexicano estaba en el suelo, Adán injustamente en los vestuarios (ni era el último hombre ni el atacante iba a puerta), Xabi Prieto en el punto de penalti, Casillas bajo palos y la grada incendiada. Porque si ya en el calentamiento el veredicto popular había levantado el pulgar al mostoleño, su inesperada salida al césped le colmó aún de más aplausos e hizo soñar a la parroquia blanca y a algún que otro antimourinhista con una parada redentora desde los once metros que elevara su santidad a cotas intocables.
Por desgracia para el portero del pueblo y para el Madrid, el guion del partido no era un mal telefilme de las tres y media, y Xabi Prieto firmó las tablas y un interruptus en muchas redacciones. Empate y un hombre menos con ochenta y cinco minutos por delante, este punto de giro debería estudiarse en las escuelas de cine.
Lo que siguió fue el natural hundimiento anímico de la tropa merengue, que en los momentos de zozobra se sostuvo exclusivamente por la descomunal fe en sí mismo y en su equipo que tiene Cristiano Ronaldo y por las luces de Mesut Özil. La Real dominó buena parte de la primera mitad, obligando a los de Mourinho a correr detrás del balón, exprimiendo su superioridad y sembrando un cansancio que hubiera podido ser catastrófico ante cualquier otro rival. Pasada la primera marejada, el Madrid se levantó de la lona con la convicción suficiente como para hilar un par de jugadas de peligro. En una de ellas, un disparo de fogueo de Carvalho acabó en las mallas tras ser desviado por el tacón de Khedira. Y sí, tacón, Khedira y gol son palabras que a veces también riman.
Pero poco duró la alegría en casa del diezmado, porque un desafortunado rechazo de Xabi Alonso dejó de nuevo a un atacante realista solo delante de Casillas y su remate fue tan implacable que poco hubo que objetar al nuevo empate. Al filo del descanso, un contragolpe de tres para dos mal lanzado por Benzemá acabó, no obstante, con un disparo del francés que se estrelló en el poste derecho de la portería de Bravo. No satisfecho con la pirueta narrativa de negarle a los locales la victoria parcial al descanso, el guionista del partido dejó el rebote de la madera en las botas de Khedira, que a portería vacía mandó el balón a hacer pareja con el del penalti de Ramos. Esto a los del tacón y la asistencia sí les parecerá más normal.
A la vuelta de vestuarios no hemos podido confirmar si Cristiano saltó al césped con barba y corona; pero tampoco sería de extrañar, a juzgar por las dos perlas con las que aflojó la soga que amenazaba de asfixia al actual campeón de Liga. La primera, tras una genial asistencia de Benzemá, que pese a su gol y medio no estuvo a su mejor nivel, sirvió para desequilibrar la balanza. El segundo, de falta, sirvió para retratar a todos los comentaristas que tiemblan como colegialas con el juego de pies de Bravo pero se olvidan de que los porteros suelen tener que usar más las manos. En el 4-2, las del portero chileno hicieron honor a su nombre y parecieron ovacionar el disparo del crack de Madeira en lugar de tratar de desviarlo.
Resuelto el partido saltó al campo el Pipa y la grada le agradeció sentidamente las múltiples carreras que se ha echado con esta camiseta. El argentino tuvo en sus botas el 5-2 nada más entrar, pero el guionista entendió que era mejor negarle el éxtasis tras su larga lesión, como ya le había rechazado la gloria eterna al capitán en la primera parte. Y como suele suceder en estos casos, al segundo punto de giro le sucedió una complicación en forma de gol de Xabi Prieto, que culminó así el hat-trick más hermoso e inservible de su carrera.
Los apuros de última hora no fueron tales porque el colegiado, que se resistió a equilibrar los efectivos de ambos bandos hasta que no le quedó más remedio, expulsó justamente a Estrada. El Madrid impuso entonces su mayor experiencia, hora y cuarto larga, jugando con diez y el partido expiró mansamente con el mismo resultado, 4-3. Tres puntos que abren la puerta a una nueva batalla, la de la Copa el miércoles contra el Celta, que promete tener también un guion de infarto.