lunes, 31 de enero de 2011

Gripados


Egipto, tan de actualidad, sufrió en la antigüedad las siete plagas enviadas por Dios que permitieron a los judíos liberarse de la esclavitud y partir hacia la Tierra Prometida. Eso dice la Biblia. Pasan los siglos y parece que hasta el creador se va refinando. No han hecho falta las siete plagas, sino solo un virus para, en este caso, condenar al Madrid a un año más de desierto liguero.

Al Real se le escapa la Liga por su costura más frágil. Que el acatarrado Xabi Alonso sea el único centrocampista verdaderamente imprescindible de este equipo durante esta temporada no engrandece al tolosarra, ya de por sí un futbolista con unas cualidades enormes, sino que empequeñece la labor de aquellos a quienes correspondía modelar la plantilla. Como en el Camp Nou, donde con uno que la sepa tocar en el centro te da para lo que te da, en Pamplona los fuegos fatuos de los que mandan o mandaban en el club quedaron en entredicho.

El Madrid no solo necesitaba un ‘nueve’. Pero a Florentino Pérez y a José Mourinho el centro del campo les parece un tedioso lugar en el que lo mejor que se puede hacer es pasar rápido. Khedira y Lass no se diferencian mucho de Pablo García y Gravesen.

Las cornetas tocarán ahora a fe y espíritu indomable. Sones con los que acallar realidades tozudas y perversas que siempre acaban emergiendo, por muchos millones de euros con que se pretenda enterrarlas. Fe habrá, pero me temo que faltará ciencia para curar esta gripe que dura años.

GT

miércoles, 26 de enero de 2011

Sí tiene, sí


Fue como si durante un largo tiempo Venecia se hubiera quedado seca, con las góndolas apelotonadas en los lechos de los canales y los gondoleros sin chicas a las que invitar a navegar entre palacios, iglesias y mansiones renacentistas y, de repente, el agua hubiera entrado de nuevo, a raudales, para devolver a los gondoleros la confianza y poner sus embarcaciones a flote y a las chicas en sus manos.

Así quiero creer que corrió la sangre por las venas de Karim Benzema en el minuto 17 del partido de ayer. Como si un gran dique hubiera reventado al recibir la pared de Özil, futbolista y bailarín del Bolshói a partes iguales. Decidido en la carrera, seguro en el desborde, imperial en el recorte y fino en el remate, Karim demostró que lo lleva dentro, que ese delantero en potencia lo puede ser en acto cualquier día, en cualquier momento. La sangre le irrigaba el cuerpo de tal manera que hasta le dio para abrir los brazos, recibir la felicitación de sus compañeros sonriendo e ir hasta su entrenador para regalarle un gol que puede valer una semifinal de Copa.

Sintomático fue ver al chico dedicar el gol a quien, según algunos, no le considera suficientemente bueno para jugar en el club blanco. Mourinho no fue dotado por la naturaleza con una mano izquierda ni siquiera normalita, su diplomacia nunca saldrá en un cable de Wikileaks, pero los que juegan confían en él. Y eso lo vale todo en este negocio.

Visto lo visto, puede que ni ‘Mou‘, ni Valdano, ni Pérez ni Pardeza necesitaran un delantero. Puede que el que lo necesitara fuera Benzema. De confirmarse, sería la mejor de las noticias.

GT

Es a las ocho


Ni videos, ni declaraciones, ni falsas motivaciones, ni cismas, ni fichajes de última hora. Nada valdrá a partir de las ocho. Sólo el deseo de llegar a la primera final de la temporada, el esfuerzo por no desfallecer en ninguna jugada, la habilidad para superar al adversario, el talento para marcar diferencias. La humildad para saber que, pase lo que pase, quedarán 90 minutos más en Chamartín.

A partir de las ocho no habrá que escuchar a nadie. Sólo se oirá al balón volar por los cielos de Nervión, descender al pasto como predica don Alfredo, rasgar redes con un poco de buena suerte, chocar con cráneos y empeines, cuero lamiendo cuero.

Dos horas para desconectar del ruido de sables, del mar de fondo, del cuestionamiento permanente del modelo, del futuro. Los primeros 90 minutos de 180 para avanzar o para seguir haciendo círculos sobre uno mismo.

Un rato para intentar disfrutar sobre un rectángulo de césped, buscando a los niños que fuimos y que podemos volver a ser. A eso es a lo que hemos venido. Contra todo lo demás, tapones.

GT

domingo, 16 de enero de 2011

El Madrid se quema

 
El partido de esta tarde en el Estadio de los Juegos del Mediterráneo es de esos que zancadillean hasta al cronista más curtido. Fue tan poco lo que pasó, por ejemplo, durante los primeros 45 minutos que habría que hacer esfuerzos por sacar ocasiones notables de gol. No se sabe si el Madrid salió, como sugirió Mourinho, desgastado por el esfuerzo del derbi copero; o que, simplemente, esperaba que el gol o los goles acabasen cayendo de su lado como fruta madura, tal y como había sucedido en otros encuentros.
Si fue lo segundo, se olvidó de que, cuando el partido no se pone de cara de inicio, los asaltos finales sólo son exitosos cuando han ido acompañados previamente de una tarea de zapa. Por estas razones han asentado sus galones en el once tipos como Di María y se sospecha de otros como Kakà. Ayer, sin ir más lejos, fueron pocos los que se entregaron al desgaste del enemigo, bravo, ordenado y trapacero con los tiempos, pero que aun así empezó y acabó el día como colista de Primera.
Tan poco exigió el Madrid a su rival que, casi hasta sin quererlo, éste se le subió a las barbas. A la hora de partido, justo en el mismo momento hace tres días el Madrid culminaba su remontada contra el, Piatti se plantó en la frontal del área merengue, Ramos le hizo penalti y, como si el resto de sus compañeros de defensa se vieran atenazados por la inminencia de la pena, la jugada siguió con tal impunidad hasta que Ulloa ejecutó un certero disparo que perforó las mallas de Casillas. El súbito desconocimiento que pareció invadir a los defensas, en especial a Marcelo, de la ley de la ventaja, no fue sino un paradigma de lo que fue el partido en sí, como si el Madrid no quisiera creerse lo mucho que estaba jugando sobre el alambre, confiado en algún arrebato salvador de sus estrellas, perdón, de Cristiano.
El portugués, enrabietado no se sabe si con el resultado, con otra Liga que se le escapaba, o con la pasividad de sus compañeros, agarró justo a continuación una bola en su campo, la condujo más rápido que ninguno de sus rivales sin balón hasta las inmediaciones del área y se plantó sólo ante Diego Alves. Por un instante a este cronista se le pasó fugazmente una imagen tan parecida que parecía calcada: mismo estadio, mismo resultado adverso, mismo protagonista de la jugada, misma cabalgada, misma banda… lamentablemente el resultado no fue el mismo, ya que en lugar de cruzar el balón como hizo hace un año, Cristiano trató de batir a Alves por el palo corto y el portero brasileño no picó el anzuelo.
A partir de ahí, el Madrid, que ya contaba con Benzemá en sustitución de un gris Kakà (su única aportación fue un pase diagonal que Cristiano estuvo a punto de convertir en el 0-1), tocó a rebato; pero ni siquiera esto lo hizo con demasiada convicción. Fruto del empuje, uno de los nuevos, Granero, aprovechó un pase del francés para fusilar maravillosamente a Diego Alves. Quedaban trece minutos, suficientes, parecía, para evitar el abismo. No era la primera vez que se jugaba con fuego esta temporada, especialmente en la Liga, pero la diferencia fue que esta vez el equipo se acabó quemando. Se podrá lamentar ese tiro al palo de Cristiano en el último minuto o esos penaltis, uno por derribo a Cristiano y otro por mano sobre una falta lanzada por Cristiano (cuánto denominador común); pero lo cierto es que el Madrid regaló toda una parte y confió en un devenir que, por más recurrente que se antoje, ayer quedó demostrado, no es infalible.
Después de la primera vuelta, el Madrid cierra su periplo con quince victorias y una sola derrota. En condiciones normales, un empate no sería excesivo delito ante semejantes guarismos; baste ver que ayer el United empató en White Hart Lane y el punto se celebró como una victoria. Empatare humanum est, o algo parecido vino a decir Mourinho en sala de prensa al recordar que sus jugadores eran eso, humanos. El problema es que algunos madridistas empezamos a sospechar que el rival de la acera de enfrente no lo es.
R
Foto: EP

sábado, 15 de enero de 2011

Guerra de adeenes

 
Madrid y Atlético dilucidaron ayer un duelo copero cuyo guión difirió sideralmente del plácido partido de la primera vuelta de la Liga pero que acabó con similar conclusión, el Madrid relamiéndose y el Atlético, como los niños a esa edad incierta, encerrado en una única pregunta: ¿por qué?
Y miren que los colchoneros, sin salir a apabullar, se encontraron con un escenario totalmente distinto al que vivieron en Liga: en tan sólo siete minutos se vieron con el marcador arriba después de una nueva jugada en la que a la defensa le ganan la espalda. El Kun, único referente de peligro arriba para los rojiblancos, se plantó solo delante de Casillas, que le derribó y se jugó la roja. Cierto que la jugada venía precedida de un fuera de juego, pero exigir tal precisión de un línea roza lo mezquino, más aún sabiendo que ante la duda no han de pitar. A modo de ligera compensación, el ángel de Móstoles se salvó de haber redondeado una jugada con tintes trágicos porque el rechace cayó en botas de Forlán que apenas tuvo que empujar hasta las mallas. Esa fue la última noticia que se tuvo del Atlético en toda la primera parte.
El Madrid no sólo no se descompuso, sino que siguió atacando fiel a un plan que recordó por momentos al equipo corajudo, metódico y brillante que se paseó por España y Europa antes de sentarse en el diván del Camp Nou. El premio no tardó en llegar, pues en el minuto 14, justo el doble del momento en el que el Atlético inauguró el marcador, Ramos se erigió imponente por encima de la defensa atlética y remachó de cabeza a las mallas un córner de Di María, espectacular, como casi siempre. Sonaban tambores de guerra y el Madrid redoblaba esfuerzos, consciente tal vez de las premuras inherentes a la competición del k.o., que como bien se sabe se rige por emociones muy distintas a las de vulgares partidos de 90 minutos.
Como no valía esperar a que la fruta cayera de madura, el partido entró en una dinámica bella y abrumadora amparada por un árbitro que disgustó a todos pero que, qué duda cabe, alimentó la fluidez del juego. Y eso, ayer, fue bueno para el Madrid.
Sin embargo, caprichos del fútbol, si el domingo se empataba sobre la bocina del descanso un partido que se había merecido perder; el aluvión de juego de los merengues durante los primeros 45 minutos de la eliminatoria concluyó con el mismo resultado en el intermedio: empate. En buena medida se debió a que ayer sí que hubo portero bajo los palos rojiblancos, tanto que Carvalho todavía se está preguntando cuánto medirán los brazos de esa araña rubia que le sacó un cabezazo perfecto y Cristiano estuvo a punto de desquiciarse porque, cuando no se le fueron los balones fuera, allí aparecía De Gea, ayer animal polimorfo, como ven.   
Con todo, por igual que fuera el resultado, es difícil intuir que hubiera bronca alguna en el vestuario local, al contrario de lo que ocurriera el domingo contra el Villarreal. En parte porque el Madrid no había tenido más pecado que la falta de puntería y enfrentarse a un portero de esos que hasta poco celebrarían los triunfos con bebidas energéticas pero que ha recibido un cursillo acelerado de bautismos de fuego como para que empecemos a llamarle con respeto. Don David. Como otro grande, por cierto.
Así y todo, aunque el Madrid no salió en la segunda parte con la convicción de la primera, entre otras cosas porque hasta los depósitos más grandes se acaban agotando, el partido empezó a verse envuelto en esa neblina que separa los diferentes adeenes de cada equipo. Pudo el Atlético adelantarse de nuevo sí, en una jugada con más polémica y escándalo que la del primer gol: mano flagrante del Kun (quién si no) al controlar un balón llovido, Ramos que se enoja con el línea, se toma la justicia por su mano y está a punto de derribarlo, el Santo que despeja con el ala derecha y el balón que cae de nuevo a Forlán. La fotocopia salió algo torcida esta vez, porque el disparo posterior del uruguayo se estrelló en el poste.
Aquel mal fario ya olía a adeene colchonero por todas partes; pero, por si quedaba alguna duda, minutos después, cuando se superaba levemente la hora de partido, Özil sacó el cartabón para colocar un balón de esos que incitan a todo defensa a pensar que ya lo sacará algún compañero. De genio, vamos. Los colchoneros siguieron el guión previsto por el alemán y, para su sorpresa, en lugar de rojiblancos al rescate aparecieron dos leones de dorsales consecutivos arrojándose en plancha en busca del premio. Marcó el de siempre.
Con el gol de Ronaldo, no es que el Madrid se tranquilizara demasiado, insisto en las peculiaridades de un torneo como éste; pero lo que sí vivió su rival fue la confirmación de su ataque de historia (con “e” también valdría). Quien viera el partido desapasionadamente, si es que eso es posible, podrá decir sin temor a equivocarse que el Atlético anheló el pitido final desde el minuto 8 de partido. En el minuto 62, con el marcador ya volteado, el deseo era ya un grito desgarrado. El árbitro, muy ladino él toda la noche, quiso aguantar no obstante el partido hasta el 90’ y fue en ese minuto crucial cuando los dos contendientes descubrieron definitivamente sus cartas encima de la mesa. El Madrid, desfondado, seguía atacando sin descanso, feliz con saberse al menos exento de cualquier culpabilidad achacable al esfuerzo. El Atlético, acurrucado atrás, esperaba un pitido que le librase de su destino, habitualmente fatídico. Ocurrió que el arma con el que había empezado disparando primero, de puro desuso durante los 80 minutos siguientes, acabó disparándose sola una segunda vez, en esta ocasión en el pie: barullo en el borde del área grande, Filipe que despeja como quien ahuyenta una avispa, Domínguez que exhibe ese colchonerismo mamado e ineludible, se cae de espaldas y le deja el balón muerto en los pies a Özil, que remata con esa frialdad alemana que a los mediterráneos se nos ha antojado siempre tan sospechosa.
Más que para sentenciar a un rival al que jamás se puede descartar, precisamente por esa imprevisibilidad tan genética suya, el tanto del alemán certificó el destino habitual de un guión que, por más que tuerza sus renglones, se repite con más frecuencia de la que desearían por la ribera del Manzanares.

R

domingo, 9 de enero de 2011

Cristiano se inventa una victoria

 
Este partido lo hemos visto muchas veces; pero la cosa es que, como las buenas películas, siempre seguimos agarrándonos a la butaca cuando la historia se tuerce, dudando del final como vulgares descreídos y estallando cuando ganan los buenos. Y no se me equivoquen, no es que el Villarreal fuera malo, no; todo lo contrario: fue bueno, y mucho. Pero ustedes ya me entienden.
El conjunto castellonense se plantó sobre el césped del Bernabéu con las ideas claras: al Madrid se le jugaba como el Madrid gana tantos partidos en esta liga, a la contra. Así, Garrido dispuso una tupida malla amarilla sobre el campo de ataque del Madrid que se disolvía vertiginosamente cada vez que su equipo robaba el balón. No dio tiempo casi ni a mascar el peligro, porque en el minuto 6 Cani se colaba en el saloon merengue por la puerta de atrás y apuntillaba a Casillas con un toque sutil. 0-1 y sensación de empanada considerable.
Intuyendo que se avecinaban momentos peores, Cristiano hizo su primera aparición del partido dos minutos después. Fue en un balón que merodeó en la frontal del área hasta que Benzemá descubrió la vía de agua por la banda derecha. Empiezo a pensar que este muchacho no es un 9, habría que tirar de videoteca -quien tenga tiempo- para certificar en qué suertes ha aportado más a sus equipos, pero la cosa huele a llegador de segunda línea. El caso es que el balón cayó franco a Özil que, como buen experto en lides toreras, ejecutó una estocada horizontal que Ronaldo sólo tuvo que empujar a las redes. Tal vez ese “sólo” habría que ponerlo bien entre comillas, a juzgar por la torpeza con la que Benzemá incurrió más adelante en fuera de juego en una situación equiparablemente nítida. ¿He dicho ya que monsieur sólo tiene de 9 el número de la camiseta?
Lo que otros equipos hubieran entendido como el fin de la broma, el Villarreal lo interpretó como un acto de rebeldía, así que siguió combinando hasta encontrar el hueco. No tardó mucho más en conseguirlo, en un paso hacia delante que dio Carvalho y no Albiol y dejó de nuevo a un punta amarillo solo ante Casillas. La ejecución de Ruben, serena y por alto, fue sencillamente magistral. Aún tendría inmediatamente después otra más, en un balón que, tras un rebote, cayó sobre los pies de Cazorla, cómo no, solo ante Casillas. El linier malinterpretó la procedencia del pase, como digo un rebote, pero que tocó en último lugar Lass. Fallo comprensible, aunque pudo costarle al Madrid cargarse de más piedras las alforjas para el largo viaje que todavía le quedaba.
Lo de Lass, por cierto, merece capítulo aparte. El francés parece motivarse más cuando se siente injustamente apartado del equipo que cuando se asienta en el once titular, lo cual no deja de ser una psicología perversamente extraña. Partiendo de la base de que su creación es más que dudosa, que ayer no cortase apenas balones resultó tan indignante que Mourinho se planteó cambiarle en la primera parte.
Cristiano, que como el resto del equipo, tampoco había comparecido en exceso después del segundo gol visitante, apagó momentáneamente el incendio con un cabezazo de pícaro en el área chica a un centro medido de Xabi Alonso en una falta lateral que sorprendió a Diego López en sus dominios más íntimos. La jugada es de grande, marcarla en el último minuto de la primera parte, no tiene precio. El empate, como bien reconoció Mourinho en rueda de prensa, hacía grosera justicia a los méritos de uno y otro; pero fue esa la partida de ajedrez que tuvieron que trabajar improvisadamente ambos técnicos en los vestuarios.
A juzgar por cómo salieron los dos equipos tras la reanudación, intuimos que Mourinho fue más convincente. Espoleado por la vida que el marcador caprichosamente le había regalado, el Madrid percutió con denuedo la defensa amarilla gozando de incontables ocasiones en las que se vieron cosas tan raras como que Benzemá, cayéndose, sacase un pie  de la nada para  forzar un segundo remate que Diego López sacó de milagro (lo raro fue lo del francés, no la reacción del ex canterano, evidentemente) o que a Cristiano, sí, a Cristiano, se le encogiese el pie en un mano a mano y acabase cediendo atrás, sobre la pierna izquierda de un compañero diestro. Dicen que una mirada inoportuna al línea frustró la jugada y la teoría tiene más sentido que un repentino ataque de piedad o de miedo del portugués, ciertamente.
A esas alturas los incrédulos dudábamos ya sin tapujos del final de la película, por más veces que ya la hubiésemos visto antes, insisto. El paso de los minutos tampoco ayudaba, si bien el Madrid no apuró ni mucho menos tanto como en otras ocasiones  el momento de aplicar la dosis de sedante para la hinchada. Fue al filo del minuto 80, en un pase cruzado que dejó a Cristiano solo ante Diego López pero con tan escaso margen de maniobra que el choque fue inevitable. Cristiano salió despedido a la derecha, Diego López a la izquierda, y el balón, salomónicamente, quedó en el medio. Benzemá, con esos ataques suyos de convicción aparente, rompió el cuero contra una barrera que los amarillos erigieron improvisadamente.
Cristiano, que tampoco se entretuvo demasiado en lamentos por su ocasión fallada segundos antes, corrió hacia atrás, cosa rara donde las  haya, recogió el esférico y batió al arquero rival por el palo corto, abajo, donde más crujen las ciáticas. Mientras el público y los incrédulos estallábamos de gozo ante el único final posible; el banquillo del Villarreal entraba en combustión protestando fuera de juego de Di María y Ronaldo en la acción (y lo fue), y una supuesta provocación de Mourinho, que tendrá que tener cuidado en el futuro con respirar, vista la susceptibilidad de algunos ante el color blanco.
Por cierto, todos los que metían a Mou en el saco de Capello se debieron asombrar ayer nuevamente al comprobar que, con el empate, el luso sacaba a Kakà por Albiol. El brasileño tiene otra cara, desde luego, y no sólo porque certificase la victoria blanca recetándole al Villarreal la misma medicina que los amarillos habían dispensado antes en la primera parte: una contra (por cierto, el 4-2 fue a pase, cómo no, de Ronaldo). Su celebración, sus arrancadas, su confianza parecen otras. Y su sonrisa, hoy por hoy, es la única novedad que invita a la mímesis al madridismo.
R
Foto: Elisa Estrada

martes, 4 de enero de 2011

La vida (no) sigue igual


 
Doce días no son muchos según quien y cómo se mire, pero en fútbol puede ser una eternidad. Incluso los más inocuos, estos salpicados por los festejos navideños, pueden deparar dos rostros totalmente distintos de un equipo enfundado en la misma zamarra. En el caso del Madrid, cabe recordar que despidió el año con goleada antológica y fútbol a borbotones, con un once en el que los franceses brillaban con luz propia y los portugueses copaban el centro de la zaga. Ayer, no obstante, apenas una docena de días después, el panorama cambió mucho.
Pese a lo visto ayer en el Coliseum, tiraremos de bonhomía escudándonos en las fechas que corren y diremos que, por ejemplo, el cambio de lo luso por el sello nacional en la defensa dio buenos frutos. Lo del Chori es para nota, pues es de aplaudir que todo un internacional sentado en el banquillo por sistema luzca tanto cada vez que el equipo le necesita. Ayer, en la que fuera su casa, fue todo un baluarte, como también Ramos en el centro de la zaga.
Pero sigamos con los cambios. Apostó de nuevo Mourinho por la dupla francesa que, mitad por mérito (Lass) y mitad por inevitable (Benzemá), se había ido asentando en las últimas fechas. Y fue aquí donde parece que peor sentaron los polvorones, pues mientras al primero se le vio fuera de forma, al segundo volvieron a ganarle la batalla los fantasmas. Tanto fue así que la sociedad acabó disuelta por partes: pese a tener el partido encarrilado, Mourinho no dudó en cargarse a Diarrá en el descanso para dar entrada a Khedira; lo de Benzemá agonizó unos minutos más, aunque ni la anestesia navideña nos permitiría intuir que aquello se debió a algo parecido a la paciencia por parte de Mou. Más bien parece que las precauciones para no desbaratar una recuperación, la de Kakà, de meses por unos cuantos minutos de más alargaron la presencia del delantero francés sobre el verde getafense.
Así las cosas, el once (diez, expulsión estúpida de Arbeloa mediante) que terminó el derby acabó dibujando notables cambios. Y no sólo en cuestión de nombres. A pesar de que el resultado se le puso de cara desde el principio merced a un claro penalti que transformó Cristiano con la seguridad habitual, el Getafe fue claramente mejor durante muchas fases del encuentro. A título ilustrativo del dominio azulón, baste decir que algunos madridistas suspiramos ante la posibilidad de que el ojito derecho de la Saeta, ese Parejo descomunal, pudiese ser repescado ya mismo, sin esperar a los calores del verano ni nada. Suyo fue el gol que devolvió al Getafe al partido y suya la culpa de que a Lass le amargaran los turrones. Esperemos que suyo sea el futuro del equipo de sus amores, al que ayer se enfrentó con coraje.
A todo esto, antes de que Parejo recortara distancias, Özil las había agrandado antes con un sensacional requiebro en el aire de esos que dejan a los porteros con pesadillas toda la noche. Lo del alemán, por más que sea intermitente, es escandaloso: sin duda uno de esos futbolistas que justifican el precio de una entrada. Otro de los que no cambió después de las uvas fue Cristiano, tan atemporal que parece llamado a hacer historia esta temporada. El portugués va a otra velocidad, como lo demostró en la jugada del 1-3, en la que Benzemá hizo de asistente y Ronaldo le mostró un camino que al francés se le negó durante todo el partido.
Tras la expulsión de Arbeloa y el segundo gol del Getafe, a falta de cinco minutos para el final del partido, el equipo pareció condenado a sufrir hasta el final; si bien no se recuerda ninguna ocasión clara del equipo azulón en aquel sprint final. Más bien parece que fue la desidia merengue la que le complicó un partido en el que se entregó casi obscenamente al contragolpe ante un contrincante con demasiadas buenas formas para tan poca contundencia. Justo lo contrario que el Madrid, al que por lo visto hasta ahora 2011 le ha cambiado más las formas que los resultados. Que no es poco. 
R
Foto: Víctor Carretero