martes, 26 de octubre de 2010

Elogio de la poligamia

 
Por segundo envite liguero consecutivo en casa el Real Madrid noqueó a su oponente endosándole media docena de goles y dejándole como único consuelo una honra que, además, esta vez llegó de rebote. Se repitieron muchas de las virtudes consolidadas a lo largo del último mes, sí, y tal vez las escasas diferencias con lo ya visto en los últimos partidos ha de buscarse en el entorno. Los equipos ya respetan a este Madrid.
Curioso, en todo caso, teniendo en cuenta que el Racing salió dispuesto a plantar cara con el Madrid, adelantando la línea defensiva de manera aparentemente suicida, pero contrarrestando, eso sí, tal atrevimiento con una acumulación de centrales: hasta tres amontonó Portugal.
Como si se lo viera venir, Mou planteó un equipo deliberadamente ancho, con Cristiano y Di María de puntales por las bandas. Ante tal panorama, los tres centrales del Racing se encontraron con frecuencia sin hombres que fijar, y demasiado adelantados como para prevenir la velocidad de la punta de ataque merengue a sus espaldas.
Fruto de esta minipartida de ajedrez llegó a los diez minutos el primer gol: pase largo de Di María a la espalda de los centrales y al buen desmarque de Higuaín, y el Pipita resuelve sin problemas entre las piernas de Toño. Poco más de un cuarto de hora después el Racing se volvió a deshilachar un par de veces, lo justo para que Cristiano rematase sendas jugadas en boca de gol. Todavía haría dos más el portugués, pero como bien indicó él en el postpartido gran mérito de su póquer de goles estuvo en sus compañeros.
Si Higuaín se congració de nuevo con el gol y Özil demostró toda su clase en el sexto del equipo, el sábado volvió a lucir de manera superlativa Ángel Di María, sin duda el argentino más en forma del fútbol continental. El exbenfiquista dio un recital de pulmones, una vez más, pero también de repertorio de regates, pases de rabona, intentos descomunales de chilena y un sinfín de habilidades más que a buen seguro se quedan en el tintero pues toda retentiva tiene un límite. De haber sido toro, el sábado habría salido indultado sin ningún género de dudas. Mourinho también lo entendió así y, al retirar a su gladiador, exhausto en el 88’, reclamó una ovación que el pueblo concedió de corazón.
Llegados a este punto, y a la espera de que vengan ganaderías de más tronío, uno empieza a sospechar que el amor incondicional que el de Setúbal profesó públicamente hacia Marcelo hace unos días empieza a no ser ni mucho menos excluyente. Su abrazo sentido a Di María en uno de los goles y su paseo conjunto hacia el banquillo una vez retirado el argentino del campo incitan a pensar que el 22 del Madrid no sólo fue una petición expresa de Mou en verano, sino que a las puertas del invierno es su ojito derecho.
Aunque también cabe intuir que el corazón de Mou late también por un Xabi Alonso más mariscal de campo que nunca, apoyado en ese pulmón llamado Khedira cuyos kilómetros y sentido de la posición también le habrán robado una sonrisa furtiva a Mou en más de una ocasión en lo que va de curso.
No todo es nuevo, ya que en el eje de la zaga se ha consolidado también un viejo amor de Mou, Ricardo Carvalho. Ya se sabía que los amores más antiguos tardan más en olvidarse, pero lo del portugués es tan escandaloso que ya se oyen pocas voces que acusen a Mou de haberse traído a su compatriota por añoranza de tiempos obsoletos.
Así que no se extrañen si en los próximos días Mou salta a la palestra y confiesa haberse convertido a la doctrina de los poliamorosos. Este Madrid suyo ha demostrado a estas alturas tanto y tan variado que lo ilógico es no enamorarse de casi todos y cada uno de sus integrantes. 
R
Foto: Elisa Estrada

jueves, 21 de octubre de 2010

De habladores y conseguidores

 
Con el poso que ha dejado el visionado forzosamente diferido del tercer partido del Madrid en esta Champions 2010-11, servidor ha tenido la ocurrencia de releer algunas de las primeras líneas que poblaron este blog. Eran momentos más turbulentos, en los que la falta de puntería de los hombres de Mou reavivó viejos fantasmas de autobuses, porterías y técnicos pacatos. Por fortuna, como sucede casi siempre en el mundo del fútbol, unas pocas semanas y muchos goles después el ambiente que se respira es mucho más plácido. Ya volverán los palos.
Pero el caso es que, más allá de las goleadas ligueras previas, más allá de la imbatibilidad en Champions y la tranquilidad con la que finiquitó el Real su partido contra su más inmediato perseguidor en número de trofeos de la máxima competición continental, este equipo huele, finalmente, a equipo. 
Y todo ello en un tiempo récord. Capello pidió cien días. Pellegrini no se atrevió siquiera a poner fecha, aunque seguimos esperando a ver aquel equipo sin bandas en el que todos atacaban. Por cierto, que la IFFHS acaba de nombrar entrenador de la última década al hombre cuya falta de arrestos abrió la puerta del Madrid al chileno. Sí, sí, Wenger, el tipo al que acusaron de entrenar a un equipo de niños, el hombre al que recuerdan, no sin más maldad, que lleva un lustro sin levantar trofeos. El caso es que a Mou le han hecho falta apenas dos meses para que convertir la plantilla que le dieron en una tropa de gladiadores hambrientos. Debería tener cuidado el portugués, porque con esta clase de comportamientos se va a ganar la enemistad de exégetas del jogo bonito como el alsaciano lanzapizzas. El secreto está en la masa, Arsène. Y la de Mou es una pasta diferente.
Diferente porque, como decíamos, el Madrid no sólo liquidó al Milan por la vía rápida, no en vano la placidez en el marcador reinó desde el primer cuarto de hora, sino que dio la sensación de ser como ese luchador que no sólo tiene potencia para noquear, sino paciencia para sentarse sobre su oponente hasta que el árbitro decreta el fin del combate. Pudieron ser más y en las contras se descubrió un vértigo que, más allá de las combinaciones parsimoniosas que se estilan en otras fincas, es lo que al Bernabéu realmente le pone. Pero además se vislumbró en los jugadores una concentración que no se recordaba desde hacía años, un sentido de la anticipación y de la solidaridad en la ayuda brutales; en definitiva, una superioridad colosal. 
Decía esta semana el hombre que hizo retirar el 3 del Milán que su compenetración con sus compañeros de zaga era tal que, si hoy quedara para tomar café con Tassotti, Baresi y Costacurta, se pondrían en línea y guardando las distancias. Algo tan sencillo en el fútbol moderno (post-Sacchi, en definitiva) como que los compañeros se miren unos a otros para adaptar su posición a los movimientos defensivos y ofensivos del equipo era una quimera que pocos soñaban ver a estas alturas en Chamartín. Y eso no lo ha traído ningún rapsoda del tiqui-taca. Lo ha traído Mou.
Y lo han traído también unos jugadores que se han incrustado de manera soberbia en el planteamiento del portugués. Lo ha traído Khedira, que ayer nuevamente volvió a dar un espectacular repertorio de presión, corte, pase e incorporación al ataque. A la gente que se sigue preguntando qué venía a añadir este hombre a Lass o a Gago (no creo que nadie sitúe a Mahamadou en este debate) este plumilla les preguntaría si alguna vez vieron al francés o al argentino demostrar tantas virtudes y todas juntas. Si siguen teniendo dudas, que le pregunten a Xabi Alonso con quién juega más cómodo.
Otro alemán, Özil, ya ha puesto varias veces en pie a la grada. El martes fue tan dominante, tan imperial, que llegado un momento le sobró hasta el árbitro y se lo quitó de en medio con un empellón. El trencilla, por supuesto, no se atrevió ni a rechistar, tal es la jerarquía del turcoalemán a estas alturas.
Junto a él, Di María cuajó un partido simplemente sensacional, con la única mácula de un contraataque cinco para dos en el que obvió la incorporación por la derecha de Ronaldo para jugársela en solitario. Si los oídos pitaran cada vez que se acuerdan para mal de uno, seguro que Mou convirtió en ese momento las orejas de Di María en una estación de trenes en hora punta. Pero, al margen de su mayor o menor fortuna de cara al gol, su entrega durante 70 minutos fue inconmensurable, y su apoyo a la zaga, capitaneada de nuevo magistralmente por la dupla portuguesa de Carvalho y Pepe, encomiable.
Dejo para el final a la  gran revelación de esta temporada, un hombre que no es un fichaje estrictamente hablando, pero que se parece tan poco al que integró las plantillas de los años anteriores que bien podría considerarse una incorporación más. El martes Marcelo volvió a ser un puñal por la banda izquierda y un baluarte defensivo más cuando el Milan osó intentar desperezarse. Lo de este chico es tan impresionante que la mirada se me vuelve a escapar al banquillo. Será fijación, lo mío.
Por cierto, los goles los marcaron Cristiano y Özil. El primero, después de que Seedorf hiciera honor a su pasado merengue y se abriera en una barrera; y el segundo después de un rechace en la espalda de un defensa. Vayan mis disculpas si alguien se ofende por este atentado a la pirámide invertida, pero con el desapasionamiento que permite ver un partido en diferido, sinceramente es más que cabal defender que los goles fueron meras anécdotas. Lo importante fue que el martes jugó un equipo. Un señor equipo.


Foto: Elisa Estrada

domingo, 17 de octubre de 2010

El error de Mou

 
Cuando en la víspera del partido de ayer contra el Málaga Mourinho comentó que su Madrid no era el de los empates a cero, pero tampoco el del set al Dépor, tildando las goleadas de evento excepcional, quien más quien menos asintió con la cabeza. Seguro que hubo quien hasta pensó para sus adentros que sólo le faltaba al portugués, ese maldito amarrategui que se nos ha colado en el país donde el tiquitaca es religión oficial y un tanto excluyente, vanagloriarse del único partido que se le había puesto de cara desde el principio.
Supongo que los críticos de Mou estarán desde ayer más que contentos porque el de Setúbal, por fin, se equivocó de cabo a rabo al anticipar una igualdad que ayer ni asomó por La Rosaleda. El conjunto merengue sacó el rodillo a pasear por segundo encuentro liguero consecutivo hasta firmar un inapelable 1-4. Te colaste, Mou, chúpate esa.
Y eso que el Málaga salió con la intención de disputarle la posesión y las ocasiones a los blancos, ayer azules. Para su sorpresa, el Madrid se topó con un rival con más afán por hilvanar jugadas que por coser a patadas a cualquier hombre de Mou que recibiese de espaldas más allá de medio campo. Fruto de este planteamiento, el Málaga gozó de entrada de una buena ocasión en las botas de Quincy, excepcional en lo que le duró la gasolina. Su misil aire-aire pasó rozando el poste izquierdo de Casillas y, metros antes, estuvo a un palmo de amputarle la pierna a Pepe. Hubiera sido una lástima, porque el zaguero portugués ha recuperado su buen tono de otras temporadas y ayer volvió a cuajar un partido exquisito en el que no se le recuerdan grandes errores.
El problema fue que, en pocos minutos, el noble conjunto franjiazul sufrió un hurto de balón por parte del mediocampo merengue, que empezó a afinar una sinfonía que, tras probar la consistencia de dos de los tres palos, se cerró con un virtuoso chispón
justo cuando se consumía el primero de los tres actos del partido. Cristiano, el que nunca la pasa, puso una rosquita perfecta a Higuaín que, ante la impotencia de Welligton – por no poder abatir al argentino por lo civil o lo criminal, suponemos– remató por bajo con engañosa dulzura al fondo de las mallas.
Como ya ha sucedido en ocasiones en esta temporada, durante los diez minutos siguientes a la inauguración del marcador, el Madrid pareció olvidar la tecla que le había llevado a dominar con suficiencia el partido hasta ese momento y reactivó a un Málaga al que, para su desgracia, no se le recuerda gran fineza en los metros finales. Sin embargo el despliegue ofensivo de los andaluces fue tan sincero que una pérdida de balón en medio campo cuando la primera parte agonizaba desnudó la ausencia de las balas defensivas que siempre se le presuponen en la recámara al equipo que trata de remontar a un grande. La suerte quiso, además, que el autor del robo fuera Mesut Özil, que además de desplegar un virtuoso repertorio de regates con el balón cosido al pie, ayer demostró que sabe convertir la conducción en un arte. Así, tras recorrer cuarenta metros con el balón en las botas y superar las tarascadas del marrullero 3 del Málaga, acabó poniendo en bandeja el segundo a Cristiano Ronaldo. El portugués sólo tuvo que empujarla, eso sí, después de tirarle unos mil desmarques a su defensor, que desde ayer es fan declarado de la biodramina. 
El turco-alemán, por si no ha quedado claro todavía, cuajó ayer un partido para enmarcar. Nada más comenzada la segunda parte, Özil se disfrazó de ese niño contra el que todos hemos jugado alguna vez de pequeños, ese al que resulta imposible quitarle el balón, con la desfachatez añadida de que, en vez de niños, sus rivales eran futbolistas de Primera División y de que en vez de patio de recreo, su lugar de juegos eran las inmediaciones del área. Harto seguramente del burreo y pensando quizá que el árbitro seguía en la caseta, Edu Ramos hizo las veces de tren de mercancías y arrolló estúpidamente al 23 del Madrid, número que ya va teniendo magia en el imaginario colectivo merengue. Por cierto, sí había árbitro, así que no le quedó más remedio que pitar el penalti, que convirtió con convicción Cristiano Ronaldo. El de Madeira también se lo pasó teta ayer.
El partido se convirtió entonces en un monólogo del Madrid, que por momentos encadenó combinaciones al primer toque que en el Bernabéu hubieran sido coreadas sin denuedo. Pero como ha sucedido cada vez que el equipo blanco ha goleado esta temporada, un minuto de relajación en defensa sirvió para que el rival hiciese el gol de la honra. El tanto no tuvo una significación superior porque en todo momento se vio más como una meta que como un medio. Por si quedaba alguna duda, Higuaín, de nuevo a pase magistral de Cristiano, devolvió la diferencia a los tres goles apenas diez minutos después. Diferencia en el marcador, porque sobre el terreno de juego el abismo pareció mayor.
Con el partido finiquitado, Mou siguió sumando triunfos dando entrada a un jugador redimido y a otro recuperado. El primero, Pedro León, certificó con su hambre y exceso de revoluciones en los primeros minutos que la pulla de Mou no le había provocado una sangría irreversible, ni mucho menos, así que descubrimos en él a un toro bravo. El segundo, Canales, sin que le apremiasen las prisas por demostrar nada, pues en la enfermería no se acumulan deméritos (excepción hecha de Kakà), saltó al campo con menos urgencias pero con la misma clase que ya había apuntado antes de lesionarse. Entre medias también ingresó en el campo Benzema, aunque ha hecho falta mirar el acta un par de veces para constatarlo. Si por este muchacho alguien está dispuesto a dar más de 25 millones, que Florentino no se lo piense mucho y se lleve el botín directamente al Botxo. Allí cambian gatitos franceses por leones riojanos, creo.
R

Foto: David R. Anchuelo

viernes, 15 de octubre de 2010

Mourinho y el Príncipe de Asturias


Por muchos es sabido que algunos entrenadores, quizá la inmensa mayoría, detestan las ceremonias que, en ocasiones, se organizan en los prolegómenos de un partido para entregar un Balón de Oro, la insignia de oro y brillantes a los socios más antiguos, o para que haga el saque de honor un campeón de voley playa. En el Real Madrid, durante su primer etapa, Fabio Capello llegó al punto de prohibir al club organizar estos ‘saraos’ de cinco minutos alegando que desconcentraban a sus jugadores.

Ahora se sabe que Mourinho no permitirá a los internacionales madridistas campeones del Mundo ir a recoger el Premio Príncipe de Asturias del Deporte que se entregará en Oviedo dentro de una semana, en la víspera del partido de Liga contra el Racing de Santander. Un ‘sarao’, para el portugués, que no debe romper la disciplina de la concentración.

Una vez más, el luso contribuye a deteriorar la imagen del club que le paga, que no es como la del Inter, ni como la del Chelsea, ni como la del Oporto. La imagen del Real Madrid es la del club más importante del mundo, tan potente como la del que más. Impedir que cinco jugadores, entre los que está el capitán del equipo y de la Selección, hagan un viaje corto para recoger un premio prestigioso que reconoce la mayor gesta del fútbol español en toda su historia, muestra una inflexibilidad más afectada que coherente. Si él es portugués, Casillas, Alonso, Ramos, Albiol y Arbeloa son españoles, su gloria es eterna y no se va a perder o a empatar con el Racing por viajar a Oviedo en primera clase y volver en cuestión de cuatro o cinco horas. Tampoco se ganará por no viajar.

Imagino las reacciones, comentarios, sospechas y suspicacias que se hubieran levantado si, en lugar de ser Mourinho el primero en hacer saltar la liebre, hubiera sido Guardiola. Apaga y vámonos.

En caso de que los clubes con internacionales españoles liberen durante unas horas a sus futbolistas para recoger el premio, la posición del Madrid será insostenible. Sólo si la decisión es que el cuerpo técnico, directivos de la Federación y algún jugador lesionado se acerquen al Teatro Campoamor a recibir el galardón de manos del Príncipe, la postura de ‘Mou’ quedará diluida.

Sin embargo, igual que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”, algunos entrenadores parece que actúen como si los partidos se hubieran inventado para justificar las concentraciones.

GT

domingo, 3 de octubre de 2010

Juego, set y paciencia

 
Tanto había inflado el Madrid el saco de los goles que ayer se le reventó, como bien profetizó Mou semanas antes. Lo hizo en la portería de un Depor que poco se parecía a aquel que se presentó en el Bernabéu hace unos lustros dispuesto a disputarle la Liga al Madrid, pero que probablemente tampoco es tan malo lo retrató ayer el luminoso de Chamartín. Además de goles, el partido de ayer deparó un aguacero: meteorológico y de novedades, a partes iguales.
La primera fue que el Madrid supo a qué sabía algo que se le había negado durante toda la temporada: descorchar el partido cuando al respetable no le había dado tiempo ni a abrir el paraguas. Cristiano, de nuevo imperial en sus acometidas por alto, descerrajó un cabezazo inapelable ante el que nada pudo hacer un Manu que hizo extrañar demasiado a Aranzubía.
Es sorprendente lo mucho que pueden cambiar la cara de un equipo determinados futbolistas, especialmente si estos juegan en la zaga. Pero lo cierto es que las ausencias del arquero vasco, que se solventará en breve, y la de Filipe, expatriado al pupas, se antojan demasiado sangrantes para el devenir de la escuadra de Lotina.
En estas tribulaciones se encontraba el Dépor cuando, mediada la primera parte, Özil se congració de nuevo con esa afición tan deseosa de aplaudirle. Lo hizo rematando una jugada en la que, probablemente, el disparo no era la mejor opción, si bien la ejecución fue primorosa. El boletín merengue siguió escupiendo novedades diez minutos después, cuando Di María nos aclaró a los descreídos que la calidad no destila sólo de sus botas, sino que también su cabeza está tocada por esa varita que separa a los jugadores comunes de los excelsos. O mejor dicho, su cuello, pues la contorsión a la que lo sometió para ejecutar con brillantez un espléndido pase al primer toque desde la izquierda de su compatriota el Pipa daría para rellenar manuales. En poco más de media hora, el Madrid se encontró al Deportivo arrinconado y pidiendo clemencia y, por más que la situación fuese tan inédita esta temporada como las otras descritas anteriormente, el Madrid se resistió a levantar el pie del acelerador.
La segunda parte se abrió con más novedades para la parroquia merengue: un resbalón de Carvalho, que por primera vez se vio eclipsado por su compatriota y pareja de baile en el centro de la defensa, dejó a Lassad solo ante la portería blanca. Pero Casillas, al que un día de estos veremos colgar una almohada en lugar de una toalla en el lateral de la red, se vistió de perro de presa y al delantero deportivista se le cerraron las persianas. El de Móstoles sólo se dejó ver otra vez más en todo el partido, y lo hizo para recordar que si sus benditos reflejos le ponen la capa de superhéroe, los titubeos en la salida son su criptonita.
Como el Depor renunció al reenganche, el Madrid empezó a hilvanar juego, lo cual no constituía en sí una novedad, pues algo de eso se vio esporádicamente en otros encuentros, pero el fenómeno sí se pudo celebrar por infrecuente. Fruto de ese juego al primer toque llegó el gol de Higuaín, que remató a puerta vacía una estupenda combinación entre Ramos y Di María, que siguió sentando cátedra. Minutos después, Cristiano y Marcelo, definitivamente en el año de su consagración como futbolista total, se compincharon entre ellos y, por qué no decirlo, con los jugadores rivales, para percutir por la otra banda. Tal fue su decisión de acabar con el balón dentro de la portería que a Ze Castro, el central de rostro aniñado cuyas lágrimas posteriores hubieran ablandado hasta al más machote, le pareció de ley continuar la jugada con un remate preciso contra su propia portería. 
Con el Bernabéu jaleando la manita y espantando unos fantasmas de puntería que ayer parecieron haber tomado el puente aéreo, el Depor exigió su cuota de protagonismo. Y a fe que lo hizo logrando no sólo el gol de la honra, por mediación de Juan Rodríguez (con manita a paseo de Marcelo que pudo arruinarle un partido feliz), sino recordándole a Casillas lo que era sacar un balón de detrás de su línea de gol. La de ayer fue la segunda vez que el cancerbero merengue lo hacía en lo que va de curso.
A partir de ahí, el Madrid sí bajó el pistón. Mejor dicho, el Madrid menos Cristiano, quizá el jugador con más genética mourinhiana sobre el césped. El portugués, al que ayer no sólo se le vio más participativo en el juego colectivo, sino que también dejó coletazos que evocaron su mejor versión de la pasada temporada, convirtió un sublime pase al espacio de Xabi Alonso en una cabalgada maravillosa que cambió el rumbo del resultado hacia parámetros más bien tenísticos.
Con la manita que al final fue set, el Madrid dio en el campo todas las noticias que el silencio impuesto por Mou le había privado a la prensa durante la semana. Como ahora tocará cota ciclotímica inversa, habrá que advertir que éste sigue siendo un equipo en construcción. Que es de celebrar que haya partidos en los que los astros se confabulen y todo salga bien, pero que el camino es largo y las piedras volverán a aparecer no tardando mucho. Bien estará si el juego desplegado ayer y el set ejecutado sobre la portería blanquiazul se convierten en la llave para conquistar definitivamente una virtud aún más interesante para el buen devenir de este equipo: la paciencia.
R


Foto: David R. Anchuelo