miércoles, 6 de marzo de 2013

Permiso para soñar

El Madrid culminó su resurrección soñada en el mejor teatro posible: Old Trafford. Lo hizo, además, sobreponiéndose a una hora de pesadilla en la que Sir Alex Ferguson supo plagar de espinas la autopista hacia al gol que habían encontrado los blancos, verdes ayer, en su doblete particular contra el Barça. Buen conocedor de sus fortalezas, sobre ese cimiento ha construido infinidad de equipos ganadores el escocés, Fergie le negó a Mourinho el contragolpe y se acomodó en la ventaja inicial que le proporcionaba el empate a domicilio de la ida.
Como casi siempre que se le ha planteado tal dilema esta temporada, el Madrid se sintió durante 60 minutos como un niño que trata de encajar la pieza cuadrada en el hueco redondo. Durante la primera parte, el juego estuvo a punto de saltar por los aires en un par de disparos de Van Persie y Wellbeck que Diego López salvó in extremis. En la segunda, la bomba estalló con una jugada de billar en la que Sergio Ramos acabó metiendo la bola negra en la tronera equivocada.
Con el 1-0 y el infierno de los sueños encendido, el Madrid se agarró a un protagonista inesperado: Modric. Cualquier otro entrenador hubiera optado por más madera. Mourinho optó por contratar a un nuevo maquinista.
Con el croata en el campo, el Madrid se descongestionó, empezó a percutir con fuerzas remozadas sobre la doble línea de cuatro rival y la puerta del castillo ya no pareció tan inexpugnable. Ante el asedio, los locales buscaron refugiarse en alguna contra que, más que rematar la eliminatoria, les permitiera hacer acopio de víveres y oxígeno ante el invierno que se avecinaba. La consigna era cazar algún balón dividido y Nani se prestó voluntario con tanto entusiasmo que el colegiado no le perdonó que en el disparo se llevase puestas las costillas de Arbeloa, el pobre cervatillo que pasaba por allí.
Con la expulsión, todo cambió. Sobre todo porque, instantes después, Modric hizo gala del desparpajo que le faltó toda la noche al líder natural, Cristiano Ronaldo, para zafarse de un par de defensas en la frontal y soltar un zurriagazo enorme. La estirada de De Gea fue inmejorable, las coordenadas del disparo, imparables.
Con el empate y la perspectiva de una prórroga con un hombre menos, el United se vino definitivamente abajo. Era cuestión de tiempo y no pasó mucho hasta que Higuaín se inventó una pared y un desmarque en el área para servirle en bandeja el 1-2 a Cristiano. Poco partido quedó a partir de entonces, pese a que a Diego López le dio tiempo para sacar tres balones imposibles, uno con el pecho y dos con los puños, y a Ramos a jugarse un penalti estúpido en el descuento.
El Madrid eliminó a un equipo titánico con talento y plantilla suficiente para haberse proclamado campeón de Europa este mismo año. Y no hay mejor manera de honrar a un rival de la talla del caído ayer que asaltar con todas las fuerzas el cetro continental.




domingo, 3 de marzo de 2013

Un hit con cara B


 
Como gran estratega, Mourinho guardó bajo siete llaves la bocanada de moral arrebatada el martes de las mismas fraguas del Monte del Destino. La Liga ni se perdía ni se ganaba ayer y el timonel de la nave blanca entendió que el partido habría de disputarse en latitudes tranquilas, donde el anfitrión tuviese siempre un saliente al que sujetarse.
Con solo infestar la alineación titular de suplentes, el técnico de Setubal encontró la respuesta a todos los escenarios posibles. Si se perdía, se estaba pensando en la Champions. Si se empataba o ganaba, el Barça entraba en barrena. Pero, tácticas aparte, no había de interpretarse el movimiento de apertura como una descarada entrega de la partida. Al contrario, el plan era maestro: poner al líder contra el espejo de sus dieciséis puntos de ventaja y convertir el tiempo en aliado propio y desatador de nervios ajenos. El objetivo era mantener el partido vivo con los suplentes, dejar que el Barça tradujese sus nervios en la estéril horizontalidad de sus peores tiempos y esperar a que el séptimo de caballería acudiese al rescate en la segunda parte.
El plan se volvió todavía mejor de lo esperado cuando a los cinco minutos, Morata inició su ejercicio de reivindicación lanzando desde la izquierda un frisbie a media altura que Benzemá cazó rememorando los tiempos en los que su agilidad felina era un activo y uno una pulla.
Prueba de que el Madrid no había salido a marcar en la primera parte fue que, después del gol, ninguno de los dos equipos supo muy bien qué hacer. A los jugadores del Barcelona, porque no llegaba el guasap salvador que descifrase el jeroglífico en el que se había convertido la última semana y porque el borbonesco remedo de Gaspart que gritaba en impecable castellano desde la banda tampoco ayudaba. Y al plan B del Madrid porque ninguno se imaginó que tuviera que ser plan C: ya no solo titular, sino además vencedor ante un Barça que, más que en la lona, estaba ya en el diván.
En esa tontuna en que se convirtió el partido, con escenas tan dantescas como la pared horizontal en bucle de Messi e Iniesta (perfecto exponente del sumidero por el que se podía diluir la propuesta del tiquitaca si se perdía el referente de la portería contraria) el argentino encontró la costura por la que nivelar la contienda. Lo hizo tras un pase a la espalda de Ramos, que se vio tan sobrado para equilibrar la desventaja de metros con respecto al argentino que hasta se permitió acudir puntual a su cita con el juez de línea para reclamarle un fuera de juego inexistente. Cuando la partida llegó a la última mano, al de Camas le pareció gracioso conceder un par de metros al argentino al borde del área pequeña y éste aceptó el regalo poniendo su triunfo sobre la mesa y batiendo a un Diego López que en su caída le dedicó a su capitán una mirada de incredulidad muy parecida a la que dejan las traiciones de los malos amores.
Por raro que parezca, con el empate volvió el orden. El Madrid se dejó de planes C y regresó a la táctica inicial: parapeto, dormidina y contragolpe. En una de esas, Morata, especialmente activo ayer, estuvo a punto de coronar un gran centro de Modric al segundo palo, pero el balón chocó con el lado equivocado de la red.
A la vuelta de vestuarios, Mourinho sacó a los buenos y el Barça evidenció su estado de catatonia permitiendo que Cristiano le disparase más veces en media hora que todos ellos al Madrid en el triple de tiempo. Las arrancadas del portugués despertaron el recuerdo de la impresionante victoria del martes, y levantaron al equipo de su siesta y al público, de sus asientos. Tuvo varias el de Madeira, pero en especial dos tiros libres, uno con la barrera a seis metros que estuvo a punto de colarle a Valdés, el mejor del Barça ayer, por el medio de la portería; y otro en el que convirtió al arquero en estatua de sal y que acabó estrellándose tan en la escuadra que el balón pareció impactar simultáneamente contra el larguero y el palo izquierdo.
Antes, Valdés le había vuelto a negar a Morata las puertas del paraíso después de que éste efectuase un control magistral a un pase aún más magistral de Pepe con el exterior de la bota. Más suerte tuvo Sergio Ramos, y digo suerte porque le tocó lidiar con Piqué y no con Valdés para desnivelar el marcador con un cabezazo imponente a falta de poco más de diez minutos. El orgulloso padre de Milan ha coleccionado en tres semanas posters muy bonitos con Varane, Cristiano y Ramos.
Y aunque no se ha ganado nada, como bien recordó ayer Karanka, lo que está claro es que si el fútbol es un estado de ánimo, la antesala de Manchester hoy en Concha Espina es pura euforia.