El Real Madrid fue atropellado
ayer por un rival al que no ha sido capaz de ganar en tres partidos esta
temporada y contra el que solo ha arrancado un empate, en casa y arrebañando.
Lo que sucedió en la ida de la semifinal de Champions en el Signal Iduna Park
fue tan incontestable que cualquier bufido contra el adversario no solo desmentiría
al propio himno, sino que atentaría ridículamente contra la verdad
futbolística, que ayer perteneció en exclusiva a un solo equipo. Y no vestía de
blanco.
El inicio del partido calcó el
precedente de la liguilla previa, con el equipo local henchido de felicidad por su recuperada
condición de aspirante después de haber penado en la ronda anterior con la
pesada armadura de favorito. Apenas diez minutos le bastaron al equipo
fosforito para santificar de nuevo a Diego López y adelantarse instantes
después con un gol de Lewandowski, que le robó la cartera, los pantalones y la
dignidad a un Pepe absolutamente desbordado.
No leerán lo suficiente –especialmente
en la prensa “deportiva”– la falta que hace Arbeloa en este equipo, si no ya
tanto por su condición de especialista en el lateral derecho, desde luego sí
por habilitar la bicefalia Ramos-Varane en el eje de la zaga, desterrando a
Pepe de un once que no ha merecido en casi ningún momento de esta temporada.
El empuje del Borussia, eso
sí, duró los consabidos diez minutos, y a partir de ahí el partido se
equilibró, con el Madrid tímidamente asomado a la portería rival como quien no
acaba de convencerse de que, en efecto, se podía cortar alguna cabellera en
territorio comanche. Al filo del descanso, Higuaín fue el primero en adoptar la
determinación de que había escampado lo suficiente como para atreverse a salir
al patio, birlarle la merienda a los matones y alimentar a un coloso siempre
hambriento de apellido Ronaldo.
El descanso fue una verdadera
lástima para el Madrid, porque tras el 1-1 no parecía haber brújula que pudiera
permitir al Borussia gobernar el partido con la placidez que lo había hecho
hasta entonces. También fue una pena el cúmulo de infortunios que condujo,
apenas iniciada la segunda mitad, al 2-1. Un mal rechace, un fuera de juego mal
tirado y un excepcional bigardo con un talento descomunal en los pies
completaron la cadena de un accidente durísimo que metió en la UVI al equipo
blanco.
Instantes después, el
Dortmund fotocopió el horror: mal rechace, mala cobertura, enorme movimiento de
Lewandowski y nuevo fusilamiento sin ser 3 de mayo ni nada. 3-1 y constantes vitales bajando. Sin tiempo
para respirar, Diego López, el único responsable de que ayer el Madrid no se
llevara siete, tuvo que recoger por cuarta vez el balón de sus mallas después
de un penalti cometido por Xabi Alonso que pareció una mala broma a juzgar por
el listón de agresividad con el que midió el árbitro el resto del partido.
Con el 4-1, el encuentro se subió
al pasaje del terror para el Madrid y, aunque hubo muchos sustos, ninguno acabó
en la muerte definitiva del enfermo. Eso sí, el Dortmund era mucho más real que
el Madrid, y ni siquiera un par de ocasiones sueltas de Cristiano y Varane
hacia el final del partido fueron capaces de maquillar esa sensación. Mucha cirugía
se necesitará el próximo martes para que el clavo ardiendo de la #remontada sea
algo más que un desesperado ejercicio de voluntarismo. Pero, desde luego, si
alguien entiende de fútbol en estos términos, es sin duda este club.