jueves, 25 de abril de 2013

Batacazo y clavo ardiendo




El Real Madrid fue atropellado ayer por un rival al que no ha sido capaz de ganar en tres partidos esta temporada y contra el que solo ha arrancado un empate, en casa y arrebañando. Lo que sucedió en la ida de la semifinal de Champions en el Signal Iduna Park fue tan incontestable que cualquier bufido contra el adversario no solo desmentiría al propio himno, sino que atentaría ridículamente contra la verdad futbolística, que ayer perteneció en exclusiva a un solo equipo. Y no vestía de blanco.
El inicio del partido calcó el precedente de la liguilla previa, con el equipo local  henchido de felicidad por su recuperada condición de aspirante después de haber penado en la ronda anterior con la pesada armadura de favorito. Apenas diez minutos le bastaron al equipo fosforito para santificar de nuevo a Diego López y adelantarse instantes después con un gol de Lewandowski, que le robó la cartera, los pantalones y la dignidad a un Pepe absolutamente desbordado.
No leerán lo suficiente –especialmente en la prensa “deportiva”– la falta que hace Arbeloa en este equipo, si no ya tanto por su condición de especialista en el lateral derecho, desde luego sí por habilitar la bicefalia Ramos-Varane en el eje de la zaga, desterrando a Pepe de un once que no ha merecido en casi ningún momento de esta temporada.
El empuje del Borussia, eso sí, duró los consabidos diez minutos, y a partir de ahí el partido se equilibró, con el Madrid tímidamente asomado a la portería rival como quien no acaba de convencerse de que, en efecto, se podía cortar alguna cabellera en territorio comanche. Al filo del descanso, Higuaín fue el primero en adoptar la determinación de que había escampado lo suficiente como para atreverse a salir al patio, birlarle la merienda a los matones y alimentar a un coloso siempre hambriento de apellido Ronaldo.
El descanso fue una verdadera lástima para el Madrid, porque tras el 1-1 no parecía haber brújula que pudiera permitir al Borussia gobernar el partido con la placidez que lo había hecho hasta entonces. También fue una pena el cúmulo de infortunios que condujo, apenas iniciada la segunda mitad, al 2-1. Un mal rechace, un fuera de juego mal tirado y un excepcional bigardo con un talento descomunal en los pies completaron la cadena de un accidente durísimo que metió en la UVI al equipo blanco.
Instantes después, el Dortmund fotocopió el horror: mal rechace, mala cobertura, enorme movimiento de Lewandowski y nuevo fusilamiento sin ser 3 de mayo ni nada. 3-1 y constantes vitales bajando. Sin tiempo para respirar, Diego López, el único responsable de que ayer el Madrid no se llevara siete, tuvo que recoger por cuarta vez el balón de sus mallas después de un penalti cometido por Xabi Alonso que pareció una mala broma a juzgar por el listón de agresividad con el que midió el árbitro el resto del partido.
Con el 4-1, el encuentro se subió al pasaje del terror para el Madrid y, aunque hubo muchos sustos, ninguno acabó en la muerte definitiva del enfermo. Eso sí, el Dortmund era mucho más real que el Madrid, y ni siquiera un par de ocasiones sueltas de Cristiano y Varane hacia el final del partido fueron capaces de maquillar esa sensación. Mucha cirugía se necesitará el próximo martes para que el clavo ardiendo de la #remontada sea algo más que un desesperado ejercicio de voluntarismo. Pero, desde luego, si alguien entiende de fútbol en estos términos, es sin duda este club.

martes, 9 de abril de 2013

La pasión turca


Aunque ya hayan pasado varias lunas, el Madrid se empeñó en prolongar la Semana Santa con un peculiar martes de pasión. Lo hizo con alevosía, ya que el tempranero gol de Cristiano Ronaldo ponía más que de cara la eliminatoria después del suculento botín cosechado en la ida. Como para anticipar que una hora después se estaría sacando número en la sala de espera del sufrimiento.
Poco pasó durante la primera parte, pero un pepinazo de Eboue con el exterior devolvió las tablas al marcador y la fe al equipo turco. Y por lo que vino después, bien pareció que alguno se quedó dormido durante las sesiones de vídeo con las que Mou dijo haber soliviantado a sus huestes para evitar excesos de confianza, porque en solo dos minutos, el 71 y el 72, el Galatasaray se puso a dos goles de las semifinales.
La empanada era de tal calibre que sirvió para bajar de la nube a Varane, un central como la copa de un pino que tuvo una noche horribilis, a la altura –o bajura– de sus compañeros de zaga: un Pepe lento, Coentrao por debajo de su gran nivel de los últimos partidos y Arbeloa expulsado en la recta final por doble amarilla. En un pésimo partido el equipo se acabó sujetando al mástil de siempre. Cristiano Ronaldo sacó brillo a sus estadísticas para librarse de la quema y al Madrid de la angustia de unos últimos minutos demasiado cerca de la eliminación de lo que habría resultado tolerable. Tampoco es, claro, como para olvidar que el equipo se mete por tercer año consecutivo en semifinales, después de una tacada infame de años dándose de cabezazos contra rondas mucho menos nobles. Que quede la cosa como aviso para los, esperemos, tres partidos que hayan de venir.