Huelga decir que duele escribir estas líneas más que lo que se sufrió (y fue mucho) durante los noventa minutos de ayer en el Camp Nou. Duele porque se desvanecen ilusiones creadas quizá precipitadamente al albur de un equipo que respondió con inusitada solvencia la llamada de un ganador desde los banquillos. Duele porque, más allá del resultado, una losa que sólo se olvida con un soplamocos de vuelta similar, más allá de la primera derrota en meses, el equipo dejó una impresión de impotencia abrumadora ante un rival que coleccionó postales para su imaginario histórico. Duele, en fin, porque una vez más, y ya van muchas en el coliseo blaugrana, el madridista no pudo paladear nada de lo mucho bueno que el Mou team le había venido ofreciendo desde el comienzo de la temporada.
Dicho todo lo cual, no nos volvamos locos. Según volvía a casa rumiando la salvaje goleada y farfullando alguna blasfemia que otra, escuché al gran Guasch decir que lo mejor que había ofrecido el Madrid hoy eran los cinco minutos de Mourinho en rueda de prensa. Y no le falta razón. En tiempos de crisis, mejor no mover los muebles, y algo parecido vino a decir Mourinho cuando explico, con serenidad, que el partido se le había puesto de cara al Barcelona con dos errores tontos suyos. No quiso personalizar, pero el gesto de su rostro que captó la cámara después del segundo gol azulgrana resumía todo: ¿cómo es posible que un balón escoradísimo atraviese la barrera de un defensa que encima y otro que llega de segunda línea y doble las manos del mejor portero del mundo? Pues eso. Apostilló Mou que a partir del tercero no hubo partido, aunque quienes lo vimos tuvimos esa sensación casi desde el tempranero balón de Messi al palo, el único que se atrevió a plantarle cara ayer al argentino.
Lo mejor de los cinco minutos de Mou es que demostraron la gallardía y el saber perder que muchos jugadores no supieron tener sobre el césped. Tampoco les culpo en exceso, en esas situaciones habría que verse ahí abajo para entender que los cortocircuitos se multiplican inexplicablemente en esas situaciones.
No nos volvamos locos, digo, porque la goleada nos ha recordado, quizá por la vía rápida y más dolorosa, que el Barça es un equipo hecho y el Madrid no. Que el Barça goza de la mejor generación de su historia y el Madrid no, aún. Y aunque apetezca, eso tampoco es como para pegarse un tiro. Es para entender que el camino es largo y tendrá sus buenos tropezones. No sé quien dijo que era preferible perder un partido por cinco a cero que cinco por uno a cero. Quien fuese desconocía los códigos de este tipo de partidos; pero tampoco se le va a negar una evidencia que Mou tampoco se olvidó de recordar en rueda de prensa: el equipo está a dos puntos y no a veinte. Se podría apostillar, y en esto servidor también entona el mea culpa por la progresiva inducción al estado de euforia que tan difícil resultó evitar, que tampoco debe de ser una obligación ineludible derrotar a un rival en semejante estado de gracia. Lo exigible es comenzar a andar un camino, pergeñar un estilo, darle tiempo, entender las caídas. Dar la cara. Ayer tocó cruz, pero mañana es hora de levantarse y seguir.
Dicho todo lo cual, no nos volvamos locos. Según volvía a casa rumiando la salvaje goleada y farfullando alguna blasfemia que otra, escuché al gran Guasch decir que lo mejor que había ofrecido el Madrid hoy eran los cinco minutos de Mourinho en rueda de prensa. Y no le falta razón. En tiempos de crisis, mejor no mover los muebles, y algo parecido vino a decir Mourinho cuando explico, con serenidad, que el partido se le había puesto de cara al Barcelona con dos errores tontos suyos. No quiso personalizar, pero el gesto de su rostro que captó la cámara después del segundo gol azulgrana resumía todo: ¿cómo es posible que un balón escoradísimo atraviese la barrera de un defensa que encima y otro que llega de segunda línea y doble las manos del mejor portero del mundo? Pues eso. Apostilló Mou que a partir del tercero no hubo partido, aunque quienes lo vimos tuvimos esa sensación casi desde el tempranero balón de Messi al palo, el único que se atrevió a plantarle cara ayer al argentino.
Lo mejor de los cinco minutos de Mou es que demostraron la gallardía y el saber perder que muchos jugadores no supieron tener sobre el césped. Tampoco les culpo en exceso, en esas situaciones habría que verse ahí abajo para entender que los cortocircuitos se multiplican inexplicablemente en esas situaciones.
No nos volvamos locos, digo, porque la goleada nos ha recordado, quizá por la vía rápida y más dolorosa, que el Barça es un equipo hecho y el Madrid no. Que el Barça goza de la mejor generación de su historia y el Madrid no, aún. Y aunque apetezca, eso tampoco es como para pegarse un tiro. Es para entender que el camino es largo y tendrá sus buenos tropezones. No sé quien dijo que era preferible perder un partido por cinco a cero que cinco por uno a cero. Quien fuese desconocía los códigos de este tipo de partidos; pero tampoco se le va a negar una evidencia que Mou tampoco se olvidó de recordar en rueda de prensa: el equipo está a dos puntos y no a veinte. Se podría apostillar, y en esto servidor también entona el mea culpa por la progresiva inducción al estado de euforia que tan difícil resultó evitar, que tampoco debe de ser una obligación ineludible derrotar a un rival en semejante estado de gracia. Lo exigible es comenzar a andar un camino, pergeñar un estilo, darle tiempo, entender las caídas. Dar la cara. Ayer tocó cruz, pero mañana es hora de levantarse y seguir.
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Foto: Ángel Martínez