domingo, 3 de octubre de 2010

Juego, set y paciencia

 
Tanto había inflado el Madrid el saco de los goles que ayer se le reventó, como bien profetizó Mou semanas antes. Lo hizo en la portería de un Depor que poco se parecía a aquel que se presentó en el Bernabéu hace unos lustros dispuesto a disputarle la Liga al Madrid, pero que probablemente tampoco es tan malo lo retrató ayer el luminoso de Chamartín. Además de goles, el partido de ayer deparó un aguacero: meteorológico y de novedades, a partes iguales.
La primera fue que el Madrid supo a qué sabía algo que se le había negado durante toda la temporada: descorchar el partido cuando al respetable no le había dado tiempo ni a abrir el paraguas. Cristiano, de nuevo imperial en sus acometidas por alto, descerrajó un cabezazo inapelable ante el que nada pudo hacer un Manu que hizo extrañar demasiado a Aranzubía.
Es sorprendente lo mucho que pueden cambiar la cara de un equipo determinados futbolistas, especialmente si estos juegan en la zaga. Pero lo cierto es que las ausencias del arquero vasco, que se solventará en breve, y la de Filipe, expatriado al pupas, se antojan demasiado sangrantes para el devenir de la escuadra de Lotina.
En estas tribulaciones se encontraba el Dépor cuando, mediada la primera parte, Özil se congració de nuevo con esa afición tan deseosa de aplaudirle. Lo hizo rematando una jugada en la que, probablemente, el disparo no era la mejor opción, si bien la ejecución fue primorosa. El boletín merengue siguió escupiendo novedades diez minutos después, cuando Di María nos aclaró a los descreídos que la calidad no destila sólo de sus botas, sino que también su cabeza está tocada por esa varita que separa a los jugadores comunes de los excelsos. O mejor dicho, su cuello, pues la contorsión a la que lo sometió para ejecutar con brillantez un espléndido pase al primer toque desde la izquierda de su compatriota el Pipa daría para rellenar manuales. En poco más de media hora, el Madrid se encontró al Deportivo arrinconado y pidiendo clemencia y, por más que la situación fuese tan inédita esta temporada como las otras descritas anteriormente, el Madrid se resistió a levantar el pie del acelerador.
La segunda parte se abrió con más novedades para la parroquia merengue: un resbalón de Carvalho, que por primera vez se vio eclipsado por su compatriota y pareja de baile en el centro de la defensa, dejó a Lassad solo ante la portería blanca. Pero Casillas, al que un día de estos veremos colgar una almohada en lugar de una toalla en el lateral de la red, se vistió de perro de presa y al delantero deportivista se le cerraron las persianas. El de Móstoles sólo se dejó ver otra vez más en todo el partido, y lo hizo para recordar que si sus benditos reflejos le ponen la capa de superhéroe, los titubeos en la salida son su criptonita.
Como el Depor renunció al reenganche, el Madrid empezó a hilvanar juego, lo cual no constituía en sí una novedad, pues algo de eso se vio esporádicamente en otros encuentros, pero el fenómeno sí se pudo celebrar por infrecuente. Fruto de ese juego al primer toque llegó el gol de Higuaín, que remató a puerta vacía una estupenda combinación entre Ramos y Di María, que siguió sentando cátedra. Minutos después, Cristiano y Marcelo, definitivamente en el año de su consagración como futbolista total, se compincharon entre ellos y, por qué no decirlo, con los jugadores rivales, para percutir por la otra banda. Tal fue su decisión de acabar con el balón dentro de la portería que a Ze Castro, el central de rostro aniñado cuyas lágrimas posteriores hubieran ablandado hasta al más machote, le pareció de ley continuar la jugada con un remate preciso contra su propia portería. 
Con el Bernabéu jaleando la manita y espantando unos fantasmas de puntería que ayer parecieron haber tomado el puente aéreo, el Depor exigió su cuota de protagonismo. Y a fe que lo hizo logrando no sólo el gol de la honra, por mediación de Juan Rodríguez (con manita a paseo de Marcelo que pudo arruinarle un partido feliz), sino recordándole a Casillas lo que era sacar un balón de detrás de su línea de gol. La de ayer fue la segunda vez que el cancerbero merengue lo hacía en lo que va de curso.
A partir de ahí, el Madrid sí bajó el pistón. Mejor dicho, el Madrid menos Cristiano, quizá el jugador con más genética mourinhiana sobre el césped. El portugués, al que ayer no sólo se le vio más participativo en el juego colectivo, sino que también dejó coletazos que evocaron su mejor versión de la pasada temporada, convirtió un sublime pase al espacio de Xabi Alonso en una cabalgada maravillosa que cambió el rumbo del resultado hacia parámetros más bien tenísticos.
Con la manita que al final fue set, el Madrid dio en el campo todas las noticias que el silencio impuesto por Mou le había privado a la prensa durante la semana. Como ahora tocará cota ciclotímica inversa, habrá que advertir que éste sigue siendo un equipo en construcción. Que es de celebrar que haya partidos en los que los astros se confabulen y todo salga bien, pero que el camino es largo y las piedras volverán a aparecer no tardando mucho. Bien estará si el juego desplegado ayer y el set ejecutado sobre la portería blanquiazul se convierten en la llave para conquistar definitivamente una virtud aún más interesante para el buen devenir de este equipo: la paciencia.
R


Foto: David R. Anchuelo

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