domingo, 17 de octubre de 2010

El error de Mou

 
Cuando en la víspera del partido de ayer contra el Málaga Mourinho comentó que su Madrid no era el de los empates a cero, pero tampoco el del set al Dépor, tildando las goleadas de evento excepcional, quien más quien menos asintió con la cabeza. Seguro que hubo quien hasta pensó para sus adentros que sólo le faltaba al portugués, ese maldito amarrategui que se nos ha colado en el país donde el tiquitaca es religión oficial y un tanto excluyente, vanagloriarse del único partido que se le había puesto de cara desde el principio.
Supongo que los críticos de Mou estarán desde ayer más que contentos porque el de Setúbal, por fin, se equivocó de cabo a rabo al anticipar una igualdad que ayer ni asomó por La Rosaleda. El conjunto merengue sacó el rodillo a pasear por segundo encuentro liguero consecutivo hasta firmar un inapelable 1-4. Te colaste, Mou, chúpate esa.
Y eso que el Málaga salió con la intención de disputarle la posesión y las ocasiones a los blancos, ayer azules. Para su sorpresa, el Madrid se topó con un rival con más afán por hilvanar jugadas que por coser a patadas a cualquier hombre de Mou que recibiese de espaldas más allá de medio campo. Fruto de este planteamiento, el Málaga gozó de entrada de una buena ocasión en las botas de Quincy, excepcional en lo que le duró la gasolina. Su misil aire-aire pasó rozando el poste izquierdo de Casillas y, metros antes, estuvo a un palmo de amputarle la pierna a Pepe. Hubiera sido una lástima, porque el zaguero portugués ha recuperado su buen tono de otras temporadas y ayer volvió a cuajar un partido exquisito en el que no se le recuerdan grandes errores.
El problema fue que, en pocos minutos, el noble conjunto franjiazul sufrió un hurto de balón por parte del mediocampo merengue, que empezó a afinar una sinfonía que, tras probar la consistencia de dos de los tres palos, se cerró con un virtuoso chispón
justo cuando se consumía el primero de los tres actos del partido. Cristiano, el que nunca la pasa, puso una rosquita perfecta a Higuaín que, ante la impotencia de Welligton – por no poder abatir al argentino por lo civil o lo criminal, suponemos– remató por bajo con engañosa dulzura al fondo de las mallas.
Como ya ha sucedido en ocasiones en esta temporada, durante los diez minutos siguientes a la inauguración del marcador, el Madrid pareció olvidar la tecla que le había llevado a dominar con suficiencia el partido hasta ese momento y reactivó a un Málaga al que, para su desgracia, no se le recuerda gran fineza en los metros finales. Sin embargo el despliegue ofensivo de los andaluces fue tan sincero que una pérdida de balón en medio campo cuando la primera parte agonizaba desnudó la ausencia de las balas defensivas que siempre se le presuponen en la recámara al equipo que trata de remontar a un grande. La suerte quiso, además, que el autor del robo fuera Mesut Özil, que además de desplegar un virtuoso repertorio de regates con el balón cosido al pie, ayer demostró que sabe convertir la conducción en un arte. Así, tras recorrer cuarenta metros con el balón en las botas y superar las tarascadas del marrullero 3 del Málaga, acabó poniendo en bandeja el segundo a Cristiano Ronaldo. El portugués sólo tuvo que empujarla, eso sí, después de tirarle unos mil desmarques a su defensor, que desde ayer es fan declarado de la biodramina. 
El turco-alemán, por si no ha quedado claro todavía, cuajó ayer un partido para enmarcar. Nada más comenzada la segunda parte, Özil se disfrazó de ese niño contra el que todos hemos jugado alguna vez de pequeños, ese al que resulta imposible quitarle el balón, con la desfachatez añadida de que, en vez de niños, sus rivales eran futbolistas de Primera División y de que en vez de patio de recreo, su lugar de juegos eran las inmediaciones del área. Harto seguramente del burreo y pensando quizá que el árbitro seguía en la caseta, Edu Ramos hizo las veces de tren de mercancías y arrolló estúpidamente al 23 del Madrid, número que ya va teniendo magia en el imaginario colectivo merengue. Por cierto, sí había árbitro, así que no le quedó más remedio que pitar el penalti, que convirtió con convicción Cristiano Ronaldo. El de Madeira también se lo pasó teta ayer.
El partido se convirtió entonces en un monólogo del Madrid, que por momentos encadenó combinaciones al primer toque que en el Bernabéu hubieran sido coreadas sin denuedo. Pero como ha sucedido cada vez que el equipo blanco ha goleado esta temporada, un minuto de relajación en defensa sirvió para que el rival hiciese el gol de la honra. El tanto no tuvo una significación superior porque en todo momento se vio más como una meta que como un medio. Por si quedaba alguna duda, Higuaín, de nuevo a pase magistral de Cristiano, devolvió la diferencia a los tres goles apenas diez minutos después. Diferencia en el marcador, porque sobre el terreno de juego el abismo pareció mayor.
Con el partido finiquitado, Mou siguió sumando triunfos dando entrada a un jugador redimido y a otro recuperado. El primero, Pedro León, certificó con su hambre y exceso de revoluciones en los primeros minutos que la pulla de Mou no le había provocado una sangría irreversible, ni mucho menos, así que descubrimos en él a un toro bravo. El segundo, Canales, sin que le apremiasen las prisas por demostrar nada, pues en la enfermería no se acumulan deméritos (excepción hecha de Kakà), saltó al campo con menos urgencias pero con la misma clase que ya había apuntado antes de lesionarse. Entre medias también ingresó en el campo Benzema, aunque ha hecho falta mirar el acta un par de veces para constatarlo. Si por este muchacho alguien está dispuesto a dar más de 25 millones, que Florentino no se lo piense mucho y se lleve el botín directamente al Botxo. Allí cambian gatitos franceses por leones riojanos, creo.
R

Foto: David R. Anchuelo

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