domingo, 9 de enero de 2011

Cristiano se inventa una victoria

 
Este partido lo hemos visto muchas veces; pero la cosa es que, como las buenas películas, siempre seguimos agarrándonos a la butaca cuando la historia se tuerce, dudando del final como vulgares descreídos y estallando cuando ganan los buenos. Y no se me equivoquen, no es que el Villarreal fuera malo, no; todo lo contrario: fue bueno, y mucho. Pero ustedes ya me entienden.
El conjunto castellonense se plantó sobre el césped del Bernabéu con las ideas claras: al Madrid se le jugaba como el Madrid gana tantos partidos en esta liga, a la contra. Así, Garrido dispuso una tupida malla amarilla sobre el campo de ataque del Madrid que se disolvía vertiginosamente cada vez que su equipo robaba el balón. No dio tiempo casi ni a mascar el peligro, porque en el minuto 6 Cani se colaba en el saloon merengue por la puerta de atrás y apuntillaba a Casillas con un toque sutil. 0-1 y sensación de empanada considerable.
Intuyendo que se avecinaban momentos peores, Cristiano hizo su primera aparición del partido dos minutos después. Fue en un balón que merodeó en la frontal del área hasta que Benzemá descubrió la vía de agua por la banda derecha. Empiezo a pensar que este muchacho no es un 9, habría que tirar de videoteca -quien tenga tiempo- para certificar en qué suertes ha aportado más a sus equipos, pero la cosa huele a llegador de segunda línea. El caso es que el balón cayó franco a Özil que, como buen experto en lides toreras, ejecutó una estocada horizontal que Ronaldo sólo tuvo que empujar a las redes. Tal vez ese “sólo” habría que ponerlo bien entre comillas, a juzgar por la torpeza con la que Benzemá incurrió más adelante en fuera de juego en una situación equiparablemente nítida. ¿He dicho ya que monsieur sólo tiene de 9 el número de la camiseta?
Lo que otros equipos hubieran entendido como el fin de la broma, el Villarreal lo interpretó como un acto de rebeldía, así que siguió combinando hasta encontrar el hueco. No tardó mucho más en conseguirlo, en un paso hacia delante que dio Carvalho y no Albiol y dejó de nuevo a un punta amarillo solo ante Casillas. La ejecución de Ruben, serena y por alto, fue sencillamente magistral. Aún tendría inmediatamente después otra más, en un balón que, tras un rebote, cayó sobre los pies de Cazorla, cómo no, solo ante Casillas. El linier malinterpretó la procedencia del pase, como digo un rebote, pero que tocó en último lugar Lass. Fallo comprensible, aunque pudo costarle al Madrid cargarse de más piedras las alforjas para el largo viaje que todavía le quedaba.
Lo de Lass, por cierto, merece capítulo aparte. El francés parece motivarse más cuando se siente injustamente apartado del equipo que cuando se asienta en el once titular, lo cual no deja de ser una psicología perversamente extraña. Partiendo de la base de que su creación es más que dudosa, que ayer no cortase apenas balones resultó tan indignante que Mourinho se planteó cambiarle en la primera parte.
Cristiano, que como el resto del equipo, tampoco había comparecido en exceso después del segundo gol visitante, apagó momentáneamente el incendio con un cabezazo de pícaro en el área chica a un centro medido de Xabi Alonso en una falta lateral que sorprendió a Diego López en sus dominios más íntimos. La jugada es de grande, marcarla en el último minuto de la primera parte, no tiene precio. El empate, como bien reconoció Mourinho en rueda de prensa, hacía grosera justicia a los méritos de uno y otro; pero fue esa la partida de ajedrez que tuvieron que trabajar improvisadamente ambos técnicos en los vestuarios.
A juzgar por cómo salieron los dos equipos tras la reanudación, intuimos que Mourinho fue más convincente. Espoleado por la vida que el marcador caprichosamente le había regalado, el Madrid percutió con denuedo la defensa amarilla gozando de incontables ocasiones en las que se vieron cosas tan raras como que Benzemá, cayéndose, sacase un pie  de la nada para  forzar un segundo remate que Diego López sacó de milagro (lo raro fue lo del francés, no la reacción del ex canterano, evidentemente) o que a Cristiano, sí, a Cristiano, se le encogiese el pie en un mano a mano y acabase cediendo atrás, sobre la pierna izquierda de un compañero diestro. Dicen que una mirada inoportuna al línea frustró la jugada y la teoría tiene más sentido que un repentino ataque de piedad o de miedo del portugués, ciertamente.
A esas alturas los incrédulos dudábamos ya sin tapujos del final de la película, por más veces que ya la hubiésemos visto antes, insisto. El paso de los minutos tampoco ayudaba, si bien el Madrid no apuró ni mucho menos tanto como en otras ocasiones  el momento de aplicar la dosis de sedante para la hinchada. Fue al filo del minuto 80, en un pase cruzado que dejó a Cristiano solo ante Diego López pero con tan escaso margen de maniobra que el choque fue inevitable. Cristiano salió despedido a la derecha, Diego López a la izquierda, y el balón, salomónicamente, quedó en el medio. Benzemá, con esos ataques suyos de convicción aparente, rompió el cuero contra una barrera que los amarillos erigieron improvisadamente.
Cristiano, que tampoco se entretuvo demasiado en lamentos por su ocasión fallada segundos antes, corrió hacia atrás, cosa rara donde las  haya, recogió el esférico y batió al arquero rival por el palo corto, abajo, donde más crujen las ciáticas. Mientras el público y los incrédulos estallábamos de gozo ante el único final posible; el banquillo del Villarreal entraba en combustión protestando fuera de juego de Di María y Ronaldo en la acción (y lo fue), y una supuesta provocación de Mourinho, que tendrá que tener cuidado en el futuro con respirar, vista la susceptibilidad de algunos ante el color blanco.
Por cierto, todos los que metían a Mou en el saco de Capello se debieron asombrar ayer nuevamente al comprobar que, con el empate, el luso sacaba a Kakà por Albiol. El brasileño tiene otra cara, desde luego, y no sólo porque certificase la victoria blanca recetándole al Villarreal la misma medicina que los amarillos habían dispensado antes en la primera parte: una contra (por cierto, el 4-2 fue a pase, cómo no, de Ronaldo). Su celebración, sus arrancadas, su confianza parecen otras. Y su sonrisa, hoy por hoy, es la única novedad que invita a la mímesis al madridismo.
R
Foto: Elisa Estrada

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