jueves, 31 de enero de 2013

Un coloso apaga las llamas



Tanto coqueteó anoche el Madrid con el abismo que la impresión generalizada tras el empate a un gol con el que se saldó el primero de los tres clásicos que se avecinan fue que los merengues no solo salieron con vida sino hasta algo espoleados. No solo porque el equipo tuviera bajas, muchas y muy importantes en puestos determinantes; sino porque, por poner un ejemplo, el equipo pasaría a la siguiente ronda con repetir en el Camp Nou el resultado que logró el Málaga en la ronda anterior o, por citar algo más cercano a Chamartín, el que logró el propio Madrid en la edición del año pasado. Y no es poca cosecha.
Porque, con la delantera mermada –ni Higuaín ni Benzemá están siquiera cerca e su mejor nivel– sin Di María, un puñal que ayer hubiera podido meter en más de un problema a un Jordi Alba tan eficiente en ataque como coladero en defensa, y sin los dos centrales titulares, que el Barça se adelantara en la segunda parte después de un afortunado (o desafortunado, según se mire) rechazo hizo parecer que el suelo se abría bajo los pies del equipo blanco. A ello se sumó, además, que ni Khedira ni Xabi tuvieron su noche, que Mourinho estuvo lento dando entrada a Modric y salida a un Callejón que no justificó su titularidad, además de demasiado atrevido dejando a Carvalho sobre el césped después de una amonestación y varias pifias, y un Cristiano intermitente cuyos destellos el Barça no se cortó en apagar con marrullerías toleradas por un árbitro que, para variar, maleó los raseros como le vino en gana.  
En medio del caos el Madrid se sostuvo por la actuación imperial (otra) de Özil, pero por detrás de él emergió la figura aún más colosal (por inesperada, por esperable) de Raphael Varane. El central francés jugó su primer clásico con solo 19 años, casi dos después de haber llegado al primer equipo. Jugó cuando estuvo preparado, nadie le quemó antes, y gracias a eso ayer pudo desplegar la mejor actuación de su vida ante el mejor rival posible. Mourinho, claro, nada que ver.  
Más allá de su gol redentor, que sofocó el incendio incipiente en la sala de máquinas merengue y devolvió el pulso a la eliminatoria, el joven defensa merengue dio una exhibición en la retaguardia, recuperando metros en carreras imposibles, demostrando una precisión quirúrgica al corte, y salvando el pellejo de otros compañeros en errores garrafales como la cesión de Carvalho al portero en la primera parte que no acabó en gol porque no lo quiso la providencia. Y la providencia ayer se llamaba Raphael, que tuvo la fe suficiente como para correr veinte metros para ejercer de portero sin manos y despejar un balón que había rebasado ya al guardameta.  
Fue, sin duda, la mejor noticia de un día en el que los focos se situaban un poco más atrás, en la portería. Jugó Diego López y se escuchó un runrún, justo lo mismo que hubiera sucedido su Mourinho hubiera perpetuado su apuesta por Adán. Probablemente se equivocó no dándole la alternativa definitiva después de la confianza reiterada en él durante toda la temporada. Lo cual no quita para que Diego López, sobrio y hasta salvador en alguna ocasión, probablemente esté mejor que él ahora mismo. Lo cual no contradice en absoluto que Adán estuviera mejor que Casillas cuando el técnico –y no los periodistas– lo decidió.  
Sea como fuere, la noticia no fue ayer ni Diego ni Adán, sino Raphael. Suyo es el futuro del Madrid y gracias  a él el Madrid sigue teniendo el presente muy vivo. Los precedentes no invitan al desaliento. Y nada más propio de esta institución inasequible al desaliento aferrarse a la vida antes de invocar la épica.

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