miércoles, 22 de septiembre de 2010

Renglones torcidos para una goleada


Pasó el Madrid su tercer examen del curso como local con una victoria tan holgada como engañosa. La parroquia blanca se congregó dispuesta a ver la sangría predicada por Mou tras el espectáculo ante el Ajax. Todo apuntaba a ello: la refriega del sábado ante la Real era el toque de atención y el contrincante, aunque tradicionalmente duro en sus últimas visitas al coliseo merengue, iba corto de pólvora con la baja de Osvaldo. El comienzo no hizo, además, sino apuntalar las expectativas. El Madrid salió a acogotar al rival, defensa adelantada, presión en la salida del balón del equipo contrario, ambiente todo lo caldeado que se puede esperar de un Bernabéu al que aún no se han ofrendado goles…
Sin embargo, pronto el partido comenzó a torcer los renglones de su guión. El Espanyol desmintió aquello de que al Madrid no le llegan en casa, si bien habrá que agradecer, y la suerte también es elemento esencial en este invento, que el enemigo de anoche fuera ese y no otro. También habrá que preguntarle a Pochettino cuánto alcohol llevaba encima cuando decidió darle la patada a Tamudo, que por cierto ayer volvió a mojar como txuri urdin y se sitúa ya como máximo goleador catalán de la historia. Por lo que se vio ayer, el Espanyol percute, sí, pero frecuentemente con punta roma.
Los renglones adquirieron un nuevo giro inusitado mediada la primera parte, cuando el trencilla decidió desequilibrar el choque tras sufrir un ataque agudo de protagonismo. En sentido estricto, el penalti de Luis García lo es, pero no menos que el que, por zamorana, le escamotearon a Özil hace unos días en Anoeta, así que bien haría el colectivo arbitral en unificar algo, criterios, proveedores ópticos, lo que sea. 
El penalti tuvo un efecto relajante en todos: en el Madrid, que se sacudió los temores despertados por los esporádicos aguijonazos pericos (monopolizados casi en su totalidad por Sergio García); en Cristiano, que despejó sus fantasmas no una, sino dos veces; y en el respetable, ese que tanto se ha habituado a que lo espoleen más que a espolear él. Pero hete aquí que el partido, que parecía abocado entonces a una plácida  goleada merengue, languideció con el raquítico luminoso hasta alcanzar su ecuador.
A la vuelta de vestuarios, el Dr. Pepe se volvió a convertir en Mr. Hyde. Primero sacó a pasear los tacos en la matrícula de un rival que estaba ya tan fuera de la jugada que, de hecho, tenía más a mano los vomitorios que la portería de Casillas. No pasaron ni cinco minutos para que al central luso se le volvieran a cortocircuitar las luces, de forma tal que una amnesia repentina pareció hacerle ignorar su condición de amonestado y el afán protagónico del árbitro. Porque cuesta creer que el 3 del Madrid tenga un poder sideral en la mano como para tumbar a un hombre con sólo posársela en el pecho, pero una segunda amarilla por esa acción no es ni mucho menos descabellada, sobre todo para un juez como el que pisó anoche el patatal merengue, que, recordemos, es de esos que no se aburren de mirar su reflejo en el agua. Ya se ha dicho en esta tribuna, pero parece que Pepe está haciendo a Carvalho todavía mejor de lo que ya es, y lo es mucho.
Con la zozobra asomando al fondo, fue Cristiano, quién si no, el que volvió a pedirla. El reciente papá volvió a montarse una contra de las suyas que Galán, en otro alarde de apagón mental, zanjó segándolo con los pies por delante. Si lo hizo con los tacos apuntando al suelo o al tobillo de CR7 no queda, para mí, muy claro; pero lo que sí fue nítido es que, con el público encendido por la expulsión de Pepe instantes antes, a Galán le faltaron las mismas luces que al ex carioca para contemporizar algo más su entrada. El árbitro le premió el ímpetu con un pase VIP anticipado a los vestuarios, donde tal vez pudo departir con Pepe sobre cuál de sus expulsiones había sido más tonta.
A todo esto, Mou no varió su plan anterior a la expulsión españolista y sacó todo su arsenal de músculo para el centro del campo. El runrún volvió a apoderarse del Bernabéu, cuya bipolaridad alcanza como para no entender un intercambio de músculo por cerebro y, a la vez, aplaudir segundos después la carrera inútil y ventajista de alguno de los suyos. En realidad el doble cambio de Di María y Özil por Khedira y Arbeloa sólo fue injusto por el primero, ya que había sido con diferencia el activo más peligroso del Madrid sobre el campo. ¿Agotamiento? Puede ser, aunque su rostro no dibujaba alivio precisamente al abandonar el terreno de juego. Tampoco se le puso máscara de oxígeno al ingresar en el banquillo, que se sepa.
Con Lass, Alonso y Khedira dibujando un trivote y Arbeloa incrustado en el lateral derecho de la zaga, se hicieron patentes varias obviedades ya hoy muy recurrentes: que Sergio mejora infinitamente como central cuando no está a tope de facultades y que Arbeloa, con todo lo timorato que puede llegar a ser en sus incorporaciones por banda, suele centrar con más sentido que el propio Ramos cuando llega a la línea de fondo.
El guión del partido derivó entonces, siempre con su patrón de renglones torcidos, hacia la aparición estelar de un protagonista hasta entonces desaparecido y fallón: Gonzalo Higuaín. El Pipita hizo bueno un servicio formidable de Ronaldo desde la derecha para convertir el dos a cero, justo antes de abandonar el campo para dar entrada a Benzemá; una secuencia, por cierto, que recordó bastante a la pasada temporada. Roto el Espanyol, recibió el tercero de las botas del punta francés, que marcó, como casi siempre que moja, el tanto de más clase del choque. El equipo de Cornellá se quedó en esa misma jugada con nueve, porque a algunos árbitros les siguen doliendo más las faltas de respeto que las patadas, y porque a veces les hace gracia expulsar a todos menos al vándalo del partido. Duscher opositó una noche más al puesto y, el muy fenómeno, sacó otra vez el número uno de la promoción de los veintidós congregados sobre el campo.
Con el pitido final, se confirmó que el Madrid continuaba su progresión aritmética de goles en Liga y cerraba su mayor goleada en el que probablemente fue su peor partido como local. Lo que ahora cabe preguntarse es si, a estas alturas, no sería preferible intercambiar los síntomas de mejoría, que ayer se vieron con cuentagotas, por goles de relleno. 
R
 Fotografía: Víctor Carretero

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