sábado, 18 de septiembre de 2010

Regusto a Atocha

Lo anticipó Mou en la víspera: el partido de la Real era el más difícil que habría de encarar el Madrid hasta la fecha, lo cual no es poco habiéndose lidiado un morlaco de Champions entre medias. Habló el luso del porte de campeón del que, como equipo recién ascendido, haría  gala el equipo donostiarra. La estadística apoyaba la teoría del disputado inquilino del banquillo merengue; no en vano los franjiazules habían doblegado con solvencia al Villarreal en casa y sólo cedieron la victoria en el último suspiro ante un Almería que pasaba por ser el veterano en Primera de aquel duelo. Pese a todo, no fueron pocos los que tomaron las palabras del ex de Inter y Chelsea como un ejercicio de precaución excesivo.
Pues bien, el encuentro de esta noche en el nuevo Anoeta acabó resultando un choque con regusto al antiguo Atocha. Salió el Madrid volcado, con intenciones aviesas de repetir el guión del miércoles, con la diferencia de que la Real no se empequeñeció y que, además, contó con el aliento de un público que no se hartó de jalear a los suyos hasta la extenuación. Así las cosas, aquel Madrid que parecía una continuación del día de Champions al inicio de la primera parte, con Khedira en plan estelar y puntuales aguijonazos de Özil, Cristiano y Di María, acabó embotellado en su área al borde del descanso y poniendo una vela a algún santo para dar gracias por la diestra de palo de ese soberbio puntal que es Griezmann.
Cuentan que estando Mou en el Chelsea había jugadores a los que les castañeteaban los dientes al retirarse al vestuario si la actuación en la primera parte no había sido todo lo lúcida que de ellos se esperaba. Sea cierta o no la confidencia, la verdad es que no me habría gustado estar en el pellejo de los futbolistas merengues en los vestuarios de Anoeta a eso de las once menos diez de la noche. El caso es que la charleta debió surtir efecto porque el Madrid salió de nuevo enchufado en la segunda, con la diferencia de que el dominio se materializó en un gol, o una obra de arte, lo que prefieran, de Di María. Lo sé, no es de mis preferidos, pero debo recordar que tal hecho se debe más a su intermitencia que a su calidad, que a estas alturas resulta difícil poner en duda. Al argentino se le debe apuntar en el haber, además, una inusitada capacidad para presionar, bajar y recuperar, lo cual ayuda a explicar sin duda su asentamiento en el once de Mou. Y de paso, tal vez explique en parte el ostracismo silencioso en el que está cayendo Benzemá.
El gol tuvo en el Madrid, como ocurrió varias veces en la pasada campaña, el extraño efecto de revivir al oponente. De la mano de un Xabi Prieto estelar, la Real consiguió meterse en el partido, primero, e igualar la contienda, después, merced a un gol de ratón de área que desnudó el único error de un tremendo Carvalho. El tanto lo anotó Tamudo, el chico que mereció ser merengue, aunque sólo fuera por un día. Llegó entonces el partido a un punto en el que tanto disfrutan los espectadores neutrales, tan atacados nos vuelve a los forofos, y tanto desquicia a los entrenadores. El Madrid se encontró, al fin, con un oponente que salió no sólo a morderle, sino a jugarle con el balón en los pies; y lo cierto es que ganó el encuentro de la misma manera que pudo perderlo. En justicia, es probable que mereciera haberlo empatado, como bien reconoció su técnico en la rueda de prensa posterior.
La victoria llegó de las botas de un Cristiano al que, insisto, no me cansaré de alabar. Que sí, que es un Adonis y cobra como para que sus biznietos no tengan que preocuparse por sus cuentas corrientes. Pero resulta complicadísimo jugar con todo un estadio buscándole las vueltas y una cámara escrutando cada suspiro suyo. He visto a muchos jugadores, no necesariamente con una camiseta tan grande, aprovechar que a esto se juega con once para esconderse disimuladamente entre la marea de zamarras como el carterista que acaba de desvalijar a su víctima. A Cristiano sólo hay que convencerle de que él es el que es, y que eso está muy bien, marque o no. Ayer lo hizo, aprovechando un suertudo rebote en la espalda de Pepe, a quien a partir de ahora habrá que restregarle por aquella parte los boletos de lotería, por si las moscas. 
Y ahí se acabó la Real; o casi, porque a punto estuvo Griezmann de firmar el empate en un centro forzadísimo que se colaba para dentro de no ser por la mano del Santo. Tan forzado fue el pase del jovencísimo francés que a Mourinho le entraron los siete males al ver que el balón traspasaba la barrera del lateral. Rui Faría puede dar buena fe de ello, y de paso puede dar gracias de que lo que Mou tuviese entre las manos en aquel momento fuera un simple botellín de agua y no un AK-47. Con el pitido final llegó el liderato provisional y, hete aquí las paradojas de este hermoso deporte, las dudas. Dudas de si se trata  éste de un paso atrás o no, de si continúa la evolución o el equipo se ha estancado, de si se están encontrando soluciones para diversos males observados en el inicio liguero o no tanto. Baste mentar la ansiedad de CR7, la continuidad de Özil en el juego o la puntería de Higuaín  a título ilustrativo de estas afecciones.
Personalmente creo que lo de esta noche tiene mucho más de positivo para el Madrid. que de negativo. Por un lado, se ha ganado un partido que se debió empatar y se pudo perder. Por el otro, Cristiano marcó, aunque fuera de rebote, el gol que tanto buscaba. aunque  el acta se lo niegue. Además, el Madrid empezó a calibrar lo que le van a exigir rivales de talla. Porque esta Real lo fue, independientemente de la suerte que acabe corriendo al final de la temporada. La victoria será redonda si, además, sirve de recordatorio de lo mucho que queda por afinar para poder ser competitivos contra rivales de mayor entidad. 
R

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