viernes, 6 de agosto de 2010

Ritos


La salida de Raúl del Real Madrid ha dejado ríos de tinta, ha llevado a algunas empresas periodísticas (quizás debería de escribir de entretenimiento bajuno)  a poner su mirada en los torneos veraniegos alemanes y ha dejado debates colaterales entre los que destaco el del dorsal.
Doctores tiene la Iglesia y postulantes para retirar para siempre el 7 blanco hay algunos, entre los que, vaya por delante, no me incluyo. El fútbol tiene su propia idiosincrasia. Retirar dorsales en otros deportes es costumbre romántica que en el balompié no ha acabado de enraizar.
Hace 16 años la LFP adoptó la idea de otras grandes ligas europeas, importada a su vez del deporte estadounidense, de asignar dorsales fijos a los jugadores durante toda la temporada. Se acabaron las alineaciones clásicas del 1 al 11. Un cambio significativo para los aficionados y los medios de comunicación. La camiseta número 8 del Madrid del año 97 ya no era sólo del club, era ‘la de Mijatovic’. La mercadotecnia ganaba otra batalla.
Al club y al entrenador les queda en estos tiempos la capacidad de repartir los dorsales. El criterio de la antigüedad en la institución es el que prevalece en el Madrid históricamente en estos casos. Una ley aceptable, pero enmendable.
Sin que sirva de precedente, más efectivo que cualquier manida frase de presentación megalómana, sería entregarle el dorsal número 10 madridista a Sergio Canales. Un mensaje a los aficionados, a la plantilla y al jugador, que se lo debería de tomar como un gesto de cariño y compromiso más que de presión. Un gesto para demostrar que el 10, como otros dorsales, no lo puede llevar cualquiera, y para  empezar a separar el grano de la paja.
GT

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