miércoles, 27 de febrero de 2013

Una final real

El Madrid consiguió el pase a su segunda final de copa en tres años ante el peor rival posible y en el escenario más hostil que se pudiera imaginar y, pese a todo, nada de eso fue la noticia del día. Sí lo fue la naturalidad con la que todo aquello se desarrolló.
Quien viera arrancar el partido, o lo escuchara por la radio a la salida del trabajo de camino al bar más próximo, supo que aquella noche no iba a ser igual que la que hace tres años se cobró un bofetón en la cara de todos los madridistas. Solo se escuchaban nombres merengues, en la humareda de piernas siempre acababa saliendo victoriosa una media blanca, el vértigo se imponía al cuento. El Madrid impuso un estilo y se metió en la final por fuerza y por honor.
Era cuestión de tiempo que la eliminatoria, salvada como se pudo en el Bernabéu, volviese a desequilibrarse a favor del mejor de los dos comparecientes ayer en el Camp Nou. Fue, cómo no, en un contragolpe que desnudó la charlatanería de los tiquitaquistas y dejó en la mesa final al mejor jugador del mundo cara a cara con el hombre que exhibió su seny hace tres años alzando la mano a la grada. El mismo, por cierto, que bautiza a sus críos con los nombres de los rivales. Por supuesto, el combate no llegó ni a los puntos porque a Ronaldo aquel culé de apellido Bernabéu no le duró ni un asalto. Zancadilla, penalti y 0-1.
No se conformaron los blancos con el resultado y la cosa que, conviene recordarlo, no era en absoluto normal, lo pareció completamente. Tal fue la insistencia que el tema pudo quedar finiquitad en la primera parte, aunque hubo que esperar a la segunda  para que los cardiólogos pudieran respirar tranquilos. Fue Cristiano quien empujó a las mallas el segundo después de una galopada de Di María embellecida con un quiebro que obligó a hincar la rodilla al capitán del ejército persa. Que su disparo no acabara en gol fue una burla cósmica contra la que se rebeló airadamente Ronaldo, dando de paso una lección magistral de dónde y cuándo tiene mérito la pausa en el fútbol ante noventa mil gargantas enmudecidas. 0-2 inapelable.
Varane, el otro gran protagonista de la eliminatoria, no quiso quedarse atrás e igualó su duelo personal con Ronaldo anotando el 0-3, segundo gol suyo en esta semifinal ante el eterno rival. Guarismos calcados a los del portugués para un central apolíneo que ha terminado de amurallar la fortaleza de Mou.
Y con la misma naturalidad con la que el Madrid despachó al que decían mejor equipo del mundo pasó, sin pena ni gloria, el 1-3 de Jordi Alba, ese jugador al que unos pocos meses en el club del seny le han servido para volverse teatrero y protestón.
Todo ello, los tres goles, la eliminatoria superada, la perspectiva de un título en el horizonte, la insignificancia del gol contrario, fue meritorio. La naturalidad con la que se consiguió todo lo hizo sencillamente superlativo.

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