miércoles, 28 de julio de 2010

Dar trigo


Viéndole despedirse, en una mañana veraniega y lánguida, la de ayer, como lo fue aquella noche otoñal de 1994 que él encendió y mantuvo iluminada durante 16 años, uno piensa que es ley de vida, que un día u otro tenía que llegar la despedida. Sin embargo, Raúl es desde hoy futuro del Madrid. Un día volverá con la naturalidad de quien abre la puerta de su casa, se acomoda en ella y construye su vida y la de su familia futbolística.
Han pasado goles, años de éxitos y de fracasos, compañeros y rivales, y ayer por la mañana, viendo el video de despedida que le habían preparado en el Club, creo que casi cualquier aficionado al fútbol puede recordar con precisión dónde estaba cuando hizo el ‘aguanís’ en Japón, qué hacía cuando le clavó la vaselina a tal o cual portero, cómo se le aceleró el corazón al verle correr 70 metros por una pradera parisina para devolvernos al cielo. Nos ha acompañado y le hemos acompañado durante más de la mitad de nuestra vida. Casi cada fin de semana hemos apretado los puños al escuchar por la radio el “gooooooooooool del Madrid, gooooooooool de Raúúúúúll”.
No sé si él sabía que todo esto ocurriría, pero quiero imaginar que sí. Que quizá por eso pudo dormir de camino a La Romareda, alfa y omega de su leyenda, con 17 años y a punto de debutar con el Real Madrid. Porque sentía la tranquilidad de quien sabía que estaba cumpliendo su destino y tenía la determinación de quien está dispuesto a saltar todas las barreras. Lo sabía todo. Por eso, antes de despojarse por última vez de ese escudo honrado con su sudor, hace tres meses volvió a aquel estadio para marcar el gol que no marcó hace 16 años y cerrar un círculo inigualable, una historia de superación y de amor propio, de talento exprimido hasta la última gota para cumplir el sueño de un niño de piernas arqueadas y corazón esférico.
Llegó en un momento de tribulación, como nos cuentan que lo hicieron los grandes profetas de la historia. Pero no se dedicó a predicar, sino a dar trigo. A mansalva.
GT

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