Cuarenta y cinco minutos necesitó el
Madrid para liquidar el choque de esta mañana en el Bernabéu contra el Getafe.
En realidad, fueron diez, los que tardó Cristiano Ronaldo en ejecutar un
hat-trick que aleja al equipo de debates de mentira y reclama para él verdades
evidentes como el carácter colosal de su juego y el indignante ninguneo al que
se le somete en los galardones internacionales. Su fútbol hace honor a su
nombre, es una verdad revelada que solo puede lamentar que el madridismo
haya tardado tanto en reconocerla de manera inquebrantable. El Bernabéu volvió a
ovacionarle cuando Mourinho decidió protegerle de cara al clásico del miércoles.
Esperemos que tanto afecto no llegue tarde, porque no se recuerda a un futbolista tan total por
Concha Espina desde hace muchas décadas.
El resultado, para nada mentiroso
con la diferencia abismal que separa a los dos equipos, sí puede llevar a
equívoco con respecto al esfuerzo que le requirió la tarea al equipo merengue. En la
primera parte los blancos cocinaron la victoria tan a fuego lento que se corría
el peligro de adormecer a la parroquia y coquetear con algún desliz en defensa como el que torció el partido de la primera vuelta contra el mismo rival. Durante esos minutos, fue Özil el que se encargó de
remover esporádicamente a sus compañeros para evitar que la cosa se acabara
pegando.
Otro alemán, Khedira, se unió a la
causa en la segunda parte y la cosa se desató. El hecho pasará desapercibido para los periodistas de whatsapp, pero desde
que este chico aprendió a pasar hacia delante ha derribado todas las puertas para ser un futbolista descomunal. Muestra de la confianza que rebosa
en los últimos partidos fueron dos taconazos que pudieron poner la guinda a la
victoria. Mourinho, imaginamos, nada que ver.
Pero no debería desviarse la
atención del verdadero protagonista. Cristiano Ronaldo es un futbolista colosal
que agota todos los calificativos cuando se encuentra en plena forma, estado
que ha rebasado ya hace varios partidos. Marcó el 2-0 después de una contra en
la que Özil ejerció casi de colocador de voleibol y que él ejecutó, como le
hemos visto tantas veces, después de una carrera sideral. Uno se queda a veces
con el gusanillo de saber hasta dónde llegaría si le abrieran la puerta del
estadio que hay detrás de la línea de fondo, aunque uno imagina que sería muy, muy lejos. El
portugués marcó el tercero de su equipo y segundo de su cuenta de cabeza a
pase de un redimido Di María, que encontrará más paz por la vía de las
asistencias que de las revanchas ante rivales que, conociéndole, siempre
tratarán de picarle. Y como si fuera un guiño cósmico, Cristiano despertó a
Moyá de su
sueño rematando el hat-trick desde los once metros.
Antes de la fulgurante irrupción de
Cristiano en el partido, Ramos había adelantado al Madrid con un gol de pillo
después de una mala salida de Moyá que éste trató de excusar con un supuesto
roce de Carvalho, un ejercicio de frustración más que comprensible después de
lo exitosamente que había liderado la defensa numantina de su equipo hasta ese
momento. Pero sería poco honesto sugerir siquiera que la victoria del Madrid se
sustentó sobre algo tan menor. Y se podrá decir y escribir lo que se quiera,
pero la única historia verdadera es la que está escribiendo un Cristiano
colosal subido a los lomos de un equipo cada vez más entonado.
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