Terceras partes pocas veces fueron
buenas y la de Mestalla de anoche llegó bastante falta de alicientes. Una
victoria lo suficientemente solvente en la ida y, sobre todo, el bofetón del interludio liguero hacían
que pocos creyeran, aunque fuera remotamente, en la remontada. Una grada lejos
del lleno así lo atestiguó, de hecho.
Pero si había poca emoción, el azar,
el árbitro y algún que otro jugador del Madrid se empeñaron en atizar las ascuas de una eliminatoria muerta. El primero haciendo que una (otra) mala salida de
Casillas en un córner acabara con el balón muerto en las inmediaciones del área
chica. Arbeloa, que estaba para menos bromas que el capitán, reventó el balón y los restos de metralla se llevaron los dedos de una mano de Casillas al limbo
de los daños colaterales. Antes de cumplir el primer cuarto de hora, Iker se
vio en un trago similar al que tuvo que pasar Adán en Liga frente a la Real
Sociedad.
El portero suplente cuajó una buena
actuación, sin demasiadas estridencias y alguna que otra parada notable. Hasta
el gol del empate del Valencia. Antes Benzemá había sofocado la animosidad ché, todavía en la primera parte, mandando a las mallas un pase que
Xabi trazó con escuadra, cartabón y esmoquin, y que volvió a destapar las vergüenzas de
Ricardo Costa.
En la segunda parte, cansado de
dejarlo todo al azar, Coentrao se autoexpulsó con una mano ridícula que encima
premió al Valencia con una falta lateral de las que no hace tanto ponían a
tiritar a la defensa del Madrid. Por desgracia, parece que el portugués sí tuvo
la sangre fría que no tuvo Ramos, así que no nos queda ni el consuelo de perderle
de vista cuatro o cinco partidos. Tras el saque de falta, un mínimo roce de un
defensa bastó para que Adán se quedara con el molde e hiciera un Arconada en
toda regla.
Ni el 1-1 espoleó lo suficiente al
Valencia, tal vez entumecido por el correctivo recibido después de casi cuatro
horas de fútbol, tal vez con el premio final tan distante que apenas podía
divisarse. Fue entonces cuando el árbitro, decidido a no dejar que se le cayera
el encuentro por la alcantarilla del encefalograma plano, comenzó su recital. Su
modo de ignorar las agresiones a Cristiano fueron una provocación barriobajera
solo equiparable a la indecencia de algunas de las tarascadas. En pleno apogeo
del árbitro, Di María se coló en la fiesta por la puerta equivocada y, en lugar
de llevarse el coche o el apartamento en Torrevieja, se fue a la caseta por la
puerta chica escasas horas después de coronarse en la misma plaza. Su agresión
fue tan merecedora de roja como otras antes en el bando contrario. Que Banega
acabara al partido fue una mala broma. Que el árbitro le sacara la primera
amarilla en la prolongación, un recochineo denunciable.
Sea como fuere, el Madrid se cuela
por tercer año consecutivo en las semifinales de una competición en la que no
hace tanto se jugaba los cuartos (o los octavos, o lo que fuera) contra rivales
de tercera. Literalmente. El de estas semifinales, triunfe la lógica o la
sorpresa, será de tronío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario