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No es el Madrid equipo que se arrugue fácilmente. El sábado se le presentaron dos chinitas que en otros tiempos pudieron tornarse montañas; a saber, una goleada mayúscula del eterno perseguidor zanjada minutos antes de su propio choque y un rival al que se presuponía áspero y que, cosas de la vida, dejó más regusto a colonia que a linimento. Pues ninguna de las dos cosas atoraron a este Madrid, que espantó a gorrazos cualquier atisbo de canguelo por la mayúscula superioridad azulgrana en tierras andaluzas, y que sofocó la rebelión de un Athletic tan fino y estilizado en punta como tosco en la retaguardia.
Lo hizo, además, pese a que los bilbaínos enseñaron las fauces en varias ocasiones antes de que el Madrid abriera la lata. Especialmente notable fue un requiebro de Llorente en la media baldosa que le dejó libre Carvalho y cuyo disparo posterior fue desbaratado por Pepe casi en la misma raya. De las pocas veces, por cierto, que el portugués le ganó la partida al tallo riojano. Toc, toc. Albiol llama a la puerta.
Con el Madrid acogotado, una jugada de hilván grueso de las que tanto le gustan a Higuaín acabó con un mano a mano ante Iraizoz que el Pipita no desaprovechó. 1-0 y el Athletic a remar contracorriente, con lo que ello supone ante una grada con especial propensión a combustionar cuando su equipo carga a la contra. Pero tampoco es el Athletic un equipo que se arrugue fácilmente. Las ausencias obligaron a Caparrós a dibujar un conjunto con menos músculo, pero ni siquiera eso y el marcador en contra cortaron la dinámica previa al 1-0. El Athletic siguió acumulando ocasiones de peligro, con intervenciones de mérito de Casillas como la que sacó para asombro colectivo a Markel Susaeta. Toc, toc, Albiol llama a la puerta.
Fue tal el arreón rojiblanco que, igual que tras el pitido inicial no resultó descabellado vaticinar un primer gol visitante, por momentos dio la sensación de que el empate pendía sobre la cabeza del Mou-team. Tal vez arrastrado por la euforia de verse dominador en campo ajeno, el Athletic se encontró con una nueva contra en la que tres madridistas se bastaron para dar el mate a los escasos cuatro defensas que consiguió recuperar el Athletic en la transición. Fue de nuevo el Pipa el inductor, con Özil de claro cooperador necesario y, cómo no, Cristiano de brazo ejecutor. Dos a cero y el Athletic blasfemando por el crimen cometido.
Como el fútbol a veces es una suerte retorcida, cuando más cerca estaban los bilbaínos de la lona, una concatenación de rebotes en el área blanca con un fuera de juego tan evidente como disculpable encendió de nuevo la mecha del partido gracias a un oportunista (sí, también tiene esta virtud el chico) Llorente. La victoria por la mínima se ajustaba más a lo visto en el campo y con ese resultado ambos equipos se marcharon a vestuarios.
Allí debió de cargar las pilas Di María, un jugador tan eléctrico que resulta entendible que los rivales le derriben sin segundos pensamientos. El chico no da tiempo a hacer muchas cábalas. El caso es que de sus botas y de los quiebros de su cintura nació el enésimo penalti que forzaba para su equipo. Ramos, al que le seguían escociendo los cuatro que le metió el equipo de CR7 a España a media semana, se tomó su revancha particular hurtándole al luso una pena máxima. Que lo hizo por inaugurar su casillero ante las dificultades para ver puerta cada vez que remata de cabeza está claro. Otra cosa es que el asunto le vaya a compensar, porque Mourinho no parece ser muy amante de estas galanterías.
El caso es que con 3-1 el partido entró en una deriva mucho más favorable para el Madrid, que engordó su cuenta con dos goles más de Cristiano: uno tomahawk marca de la casa, con la indispensable colaboración de Iraizoz, ese hombretón al que no le intuíamos tanto tembleque antes de empezar el partido; y otro de penalti claro a Granero, que disfrutó de sus minutos, como Benzemá, bastante intrascendentes ambos.
Le costará al Athletic determinar en qué momento el partido dejó de ser un toma y daca que ganaba claramente a los puntos para convertirse en una manita sin paliativos. Y ahí radica también la fortaleza de un Madrid al que le cuesta más penetrar en la violencia alevosa de rivales que tiran el partido de entrada que en el descaro atacante de quienes plantean un duelo a cara descubierta.
Algunos se tomarán las palabras de Ronaldo al acabar el partido ironizando sobre los ocho goles que metió el Barça en su entrenamiento previo al derby como una muestra de chulería, pero encierran una gran verdad. Y es que, independientemente del resultado final del partido del próximo lunes, por lo visto en lo que va de temporada al Madrid le sientan mejor rivales como el Barça que al Barça contrincantes como el Madrid.
Lo hizo, además, pese a que los bilbaínos enseñaron las fauces en varias ocasiones antes de que el Madrid abriera la lata. Especialmente notable fue un requiebro de Llorente en la media baldosa que le dejó libre Carvalho y cuyo disparo posterior fue desbaratado por Pepe casi en la misma raya. De las pocas veces, por cierto, que el portugués le ganó la partida al tallo riojano. Toc, toc. Albiol llama a la puerta.
Con el Madrid acogotado, una jugada de hilván grueso de las que tanto le gustan a Higuaín acabó con un mano a mano ante Iraizoz que el Pipita no desaprovechó. 1-0 y el Athletic a remar contracorriente, con lo que ello supone ante una grada con especial propensión a combustionar cuando su equipo carga a la contra. Pero tampoco es el Athletic un equipo que se arrugue fácilmente. Las ausencias obligaron a Caparrós a dibujar un conjunto con menos músculo, pero ni siquiera eso y el marcador en contra cortaron la dinámica previa al 1-0. El Athletic siguió acumulando ocasiones de peligro, con intervenciones de mérito de Casillas como la que sacó para asombro colectivo a Markel Susaeta. Toc, toc, Albiol llama a la puerta.
Fue tal el arreón rojiblanco que, igual que tras el pitido inicial no resultó descabellado vaticinar un primer gol visitante, por momentos dio la sensación de que el empate pendía sobre la cabeza del Mou-team. Tal vez arrastrado por la euforia de verse dominador en campo ajeno, el Athletic se encontró con una nueva contra en la que tres madridistas se bastaron para dar el mate a los escasos cuatro defensas que consiguió recuperar el Athletic en la transición. Fue de nuevo el Pipa el inductor, con Özil de claro cooperador necesario y, cómo no, Cristiano de brazo ejecutor. Dos a cero y el Athletic blasfemando por el crimen cometido.
Como el fútbol a veces es una suerte retorcida, cuando más cerca estaban los bilbaínos de la lona, una concatenación de rebotes en el área blanca con un fuera de juego tan evidente como disculpable encendió de nuevo la mecha del partido gracias a un oportunista (sí, también tiene esta virtud el chico) Llorente. La victoria por la mínima se ajustaba más a lo visto en el campo y con ese resultado ambos equipos se marcharon a vestuarios.
Allí debió de cargar las pilas Di María, un jugador tan eléctrico que resulta entendible que los rivales le derriben sin segundos pensamientos. El chico no da tiempo a hacer muchas cábalas. El caso es que de sus botas y de los quiebros de su cintura nació el enésimo penalti que forzaba para su equipo. Ramos, al que le seguían escociendo los cuatro que le metió el equipo de CR7 a España a media semana, se tomó su revancha particular hurtándole al luso una pena máxima. Que lo hizo por inaugurar su casillero ante las dificultades para ver puerta cada vez que remata de cabeza está claro. Otra cosa es que el asunto le vaya a compensar, porque Mourinho no parece ser muy amante de estas galanterías.
El caso es que con 3-1 el partido entró en una deriva mucho más favorable para el Madrid, que engordó su cuenta con dos goles más de Cristiano: uno tomahawk marca de la casa, con la indispensable colaboración de Iraizoz, ese hombretón al que no le intuíamos tanto tembleque antes de empezar el partido; y otro de penalti claro a Granero, que disfrutó de sus minutos, como Benzemá, bastante intrascendentes ambos.
Le costará al Athletic determinar en qué momento el partido dejó de ser un toma y daca que ganaba claramente a los puntos para convertirse en una manita sin paliativos. Y ahí radica también la fortaleza de un Madrid al que le cuesta más penetrar en la violencia alevosa de rivales que tiran el partido de entrada que en el descaro atacante de quienes plantean un duelo a cara descubierta.
Algunos se tomarán las palabras de Ronaldo al acabar el partido ironizando sobre los ocho goles que metió el Barça en su entrenamiento previo al derby como una muestra de chulería, pero encierran una gran verdad. Y es que, independientemente del resultado final del partido del próximo lunes, por lo visto en lo que va de temporada al Madrid le sientan mejor rivales como el Barça que al Barça contrincantes como el Madrid.
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Foto: Elisa Estrada
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