Fueron
pocos, apenas sesenta mil, los aficionados que decidieron acercarse a recoger
su regalo ayer por el Bernabéu. Dieciséis puntos y un horario que se prestaba
más a sobremesas familiares tuvieron a buen seguro la culpa de las ausencias, y
es probable que el morbo del debate de la portería fuera el responsable de que
el índice de deserciones no fuera aún mayor. Sea como fuere, ninguno de los que
se asomaron por Concha Espina pudo prever que el fútbol les fuera a obsequiar con un
guion tan retorcido.
Sobre todo
cuando en el minuto dos un pase medido de Khedira, y aunque algunos no lo crean
esas cuatro palabras a veces empastan bien, habilitó a Benzemá
para adelantar al Madrid. El arranque aventuraba, si no goleada, sí al menos
cabalgata plácida porque el rival era de esos que, en condiciones normales,
suelen fiarlo todo a no encajar primero. Pero el guion de ayer no era normal y
cuando no habían pasado ni seis minutos Adán convirtió un despeje en un runrún que
el ataque txuriurdin podría haber pasado perfectamente por alto, pero la
insistencia de Carvalho en anunciarlo por megafonía permitió que Vela se acabara plantando solo delante del portero. Un recorte después, el delantero mexicano
estaba en el suelo, Adán injustamente en los vestuarios (ni era el último hombre ni el atacante iba a puerta), Xabi Prieto en el
punto de penalti, Casillas bajo palos y la grada incendiada. Porque si ya en el
calentamiento el veredicto popular había levantado el pulgar al mostoleño, su inesperada
salida al césped le colmó aún de más aplausos e hizo soñar a la parroquia blanca y a algún que otro antimourinhista con una parada redentora desde los once metros que elevara su santidad a cotas intocables.
Por
desgracia para el portero del pueblo y para el Madrid, el guion del partido
no era un mal telefilme de las tres y media, y Xabi Prieto firmó las tablas y un interruptus en muchas redacciones. Empate y un hombre menos con
ochenta y cinco minutos por delante, este punto de giro debería estudiarse en
las escuelas de cine.
Lo que
siguió fue el natural hundimiento anímico de la tropa merengue, que en los
momentos de zozobra se sostuvo exclusivamente por la descomunal fe en sí mismo
y en su equipo que tiene Cristiano Ronaldo y por las luces de Mesut Özil. La Real
dominó buena parte de la primera mitad, obligando a los de Mourinho a correr
detrás del balón, exprimiendo su superioridad y sembrando un cansancio que
hubiera podido ser catastrófico ante cualquier otro rival. Pasada la primera
marejada, el Madrid se levantó de la lona con la convicción suficiente como
para hilar un par de jugadas de peligro. En una de ellas, un disparo de fogueo de Carvalho acabó en las mallas tras ser desviado por el tacón de Khedira. Y sí, tacón, Khedira y gol son palabras que a veces también riman.
Pero poco
duró la alegría en casa del diezmado, porque un desafortunado rechazo de Xabi
Alonso dejó de nuevo a un atacante realista solo delante de Casillas y su
remate fue tan implacable que poco hubo que objetar al nuevo empate. Al
filo del descanso, un contragolpe de tres para dos mal lanzado por Benzemá acabó,
no obstante, con un disparo del francés que se estrelló en el poste derecho de
la portería de Bravo. No satisfecho con la pirueta narrativa de negarle a los locales la
victoria parcial al descanso, el guionista del partido dejó el rebote de la
madera en las botas de Khedira, que a portería vacía mandó el balón a hacer pareja con el
del penalti de Ramos. Esto a los del tacón y la asistencia sí les parecerá más normal.
A la vuelta
de vestuarios no hemos podido confirmar si Cristiano saltó al césped con barba
y corona; pero tampoco sería de extrañar, a juzgar por las dos perlas con las que
aflojó la soga que amenazaba de asfixia al actual campeón de Liga. La primera,
tras una genial asistencia de Benzemá, que pese a su gol y medio no estuvo a su
mejor nivel, sirvió para desequilibrar la balanza. El segundo, de falta, sirvió
para retratar a todos los comentaristas que tiemblan como colegialas con el
juego de pies de Bravo pero se olvidan de que los porteros suelen tener
que usar más las manos. En el 4-2, las del portero chileno hicieron honor a su nombre y parecieron ovacionar el
disparo del crack de Madeira en lugar de tratar de desviarlo.
Resuelto el
partido saltó al campo el Pipa y la grada
le agradeció sentidamente las múltiples carreras que se ha echado con esta camiseta. El argentino tuvo en sus botas el 5-2 nada más entrar, pero el
guionista entendió que era mejor negarle el éxtasis tras su larga lesión, como
ya le había rechazado la gloria eterna al capitán en la primera parte. Y como
suele suceder en estos casos, al segundo punto de giro le sucedió una
complicación en forma de gol de Xabi Prieto, que culminó así el hat-trick más
hermoso e inservible de su carrera.
Los apuros de última hora no fueron tales porque el
colegiado, que se resistió a equilibrar los efectivos de ambos bandos
hasta que no le quedó más remedio, expulsó justamente a Estrada. El Madrid
impuso entonces su mayor experiencia, hora y cuarto larga, jugando con diez y el partido expiró mansamente con el mismo resultado, 4-3. Tres puntos
que abren la puerta a una nueva batalla, la de la Copa el miércoles contra el
Celta, que promete tener también un guion de infarto.
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