
Una azarosa concatenación de circunstancias me ha hecho coincidir el visionado del partido copero contra el Murcia con la entrevista que José Ramón de la Morena ha hecho esta noche a José Mourinho. No pasan ni unos segundos y empiezo a constatar que la banda sonora del portugués empasta con el fluir de su equipo sobre el tapete del Bernabéu mucho mejor que los siempre interesantes comentarios de Carlos Martínez y Michael Robinson.
Sus palabras, más allá de los consabidos tópicos que lo tienen por chulesco y borde, evocan valores que el madridismo añoraba: compañerismo, sacrificio, trabajo, justicia, proyecto, seriedad; su equipo, el que veo en la reproducción en diferido, transmite la misma idea. Cierto que, con los hombres que salieron en la alineación del miércoles, resulta más difícil avasallar dando espectáculo; no por falta de calidad, sino de confianza, sospecho, de los menos habituales. Con todo, los once repiten con sus actos todas y cada una de las palabras con las que Mou va engatusando una vez más a De la Morena, y a servidor, de paso.
Porque el Madrid se ha enganchado a la Copa, esa competición que Mourinho confesó en antena que merece más prestigio y que desea que el Madrid sea uno de los que contribuya a que lo tenga, con un lema que recuerda al programa de la sobremesa de Cuatro pero que tiene muchas menos dosis de humor y bastantes más tazas de seriedad: tonterías, las justas.
Independientemente de quienes se planten sobre el césped, este equipo empieza a forjarse ya una identidad que lo hace reconocible ante los ojos de todo el mundo como una escuadra de Mou. Pero no es lo único que ha cambiado: el público, tradicionalmente frío y más partidario de remar a favor de corriente, el miércoles jaleó a Casillas en dos amagos de pifia que tuvo y a su entrenador cuando el árbitro lo expulsó en un alarde más del tarjeterismo febril que lo acompañó toda la noche. Más aún, aplaudió a rabiar a un Pedro León que, sin suerte ni mucha puntería ayer, cuajó un partidazo y se pareció más a lo que Mou quiere de él.
Similares comentarios se le pueden aplicar a Benzemá, para quien esta eliminatoria ha de suponer una suerte de catarsis. Salió enchufado el francés, tanto que hasta quienes le acusan de empanado –Quico Alsedo, dedícate a la música– seguro que se sorprendieron de ver un rictus tan distinto en la faz del galo. Con las ciclotimias en plena ebullición, cosa normal cuando aún no se han coleccionado motivos suficientes para envolver el ego en aguas plácidas, apareció y desapareció en el partido dejando detalles fabulosos y otros momentos que recordaban más a su versión más gris; pero lo cierto es que todo hace indicar que está a punto de remontar su particular Everest.
Por cierto, que Cristiano el egoísta le cedió el penalti y toda su atención desde que ingresara en el campo, tal era su voluntad de hacer del francés su particular hijo pródigo. En realidad fue todo el equipo quien se volcó con él, lo cual también es buena muestra de los registros fraternales en los que se mueve este grupo. Insisto, cosas muy raras para lo que se venía estilando en los últimos años.
A todo esto, el Madrid liquidó el asunto con una manita que incluyó ciertas dosis de polémica en el segundo gol –fuera de juego de Ramos- y en el cuarto –penalti a Di María, estelar de nuevo, tan riguroso como patente–. Pero en el fondo el marcador fue lo de menos; lo de más fue ver a buena parte de los suplentes enchufados, al Bernabéu entregado, y al Madrid honrando por fin una competición con la que, si bien su relación no ha sido tradicionalmente idílica, a buen seguro sus aficionados sentirán más apego que otros equipos con más laureles en ella. Tonterías, pocas, seriedad, mucha: un lema con el que se perderá alguna vez, seguro, pero con el que no habrá reproches ni fantasmas dignos de escarnio como en ediciones cercanas.
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Foto: David R. Anchuelo
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