Como gran
estratega, Mourinho guardó bajo siete llaves la bocanada de moral arrebatada el
martes de las mismas fraguas del Monte del Destino. La Liga ni se perdía ni se
ganaba ayer y el timonel de la nave blanca entendió que el partido habría de
disputarse en latitudes tranquilas, donde el anfitrión tuviese siempre un
saliente al que sujetarse.
Con solo
infestar la alineación titular de suplentes, el técnico de Setubal encontró la
respuesta a todos los escenarios posibles. Si se perdía, se estaba pensando en
la Champions. Si se empataba o ganaba, el Barça entraba en barrena. Pero,
tácticas aparte, no había de interpretarse el movimiento de apertura como una
descarada entrega de la partida. Al contrario, el plan era maestro: poner al
líder contra el espejo de sus dieciséis puntos de ventaja y convertir el tiempo
en aliado propio y desatador de nervios ajenos. El objetivo era mantener el
partido vivo con los suplentes, dejar que el Barça tradujese sus nervios en la
estéril horizontalidad de sus peores tiempos y esperar a que el séptimo de caballería acudiese al rescate en la segunda parte.
El plan se
volvió todavía mejor de lo esperado cuando a los cinco minutos, Morata inició
su ejercicio de reivindicación lanzando desde la izquierda un frisbie a media altura que Benzemá cazó rememorando los tiempos en los que su agilidad
felina era un activo y uno una pulla.
Prueba de
que el Madrid no había salido a marcar en la primera parte fue que, después del
gol, ninguno de los dos equipos supo muy bien qué hacer. A los jugadores del
Barcelona, porque no llegaba el guasap salvador
que descifrase el jeroglífico en el que se había convertido la última
semana y porque el borbonesco remedo de Gaspart que gritaba en impecable
castellano desde la banda tampoco ayudaba. Y al plan B del Madrid porque
ninguno se imaginó que tuviera que ser plan C: ya no solo titular, sino además
vencedor ante un Barça que, más que en la lona, estaba ya en el diván.
En esa
tontuna en que se convirtió el partido, con escenas tan dantescas como la pared
horizontal en bucle de Messi e Iniesta
(perfecto exponente del sumidero por el que se podía diluir la propuesta del
tiquitaca si se perdía el referente de la portería contraria) el argentino
encontró la costura por la que nivelar la contienda. Lo hizo tras un pase a la
espalda de Ramos, que se vio tan sobrado para equilibrar la desventaja de
metros con respecto al argentino que hasta se permitió acudir puntual a su cita
con el juez de línea para reclamarle un fuera de juego inexistente. Cuando la partida llegó a la última mano, al de Camas le
pareció gracioso conceder un par de metros al argentino al borde del área
pequeña y éste aceptó el regalo poniendo su triunfo sobre la mesa y batiendo a
un Diego López que en su caída le dedicó a su capitán una mirada de
incredulidad muy parecida a la que dejan las traiciones de los malos amores.
Por raro
que parezca, con el empate volvió el orden. El Madrid se dejó de planes C y
regresó a la táctica inicial: parapeto, dormidina y contragolpe. En una de
esas, Morata, especialmente activo ayer, estuvo a punto de coronar un gran
centro de Modric al segundo palo, pero el balón chocó con el lado equivocado de
la red.
A la vuelta
de vestuarios, Mourinho sacó a los buenos y el Barça evidenció su estado de
catatonia permitiendo que Cristiano le disparase más veces en media hora que
todos ellos al Madrid en el triple de tiempo. Las
arrancadas del portugués despertaron el recuerdo de la impresionante victoria
del martes, y levantaron al equipo de su siesta y al público, de sus asientos.
Tuvo varias el de Madeira, pero en especial dos tiros libres, uno con la
barrera a seis metros que estuvo a punto de colarle a Valdés, el mejor del
Barça ayer, por el medio de la portería; y otro en el que convirtió al arquero
en estatua de sal y que acabó estrellándose tan en la escuadra que el balón
pareció impactar simultáneamente contra el larguero y el palo izquierdo.
Antes, Valdés
le había vuelto a negar a Morata las puertas del paraíso después de que éste
efectuase un control magistral a un pase aún más magistral de Pepe con el
exterior de la bota. Más
suerte tuvo Sergio Ramos, y digo suerte porque le tocó lidiar con Piqué y no
con Valdés para desnivelar el marcador con un cabezazo imponente a falta de
poco más de diez minutos. El orgulloso padre de Milan ha coleccionado en tres
semanas posters muy bonitos con Varane, Cristiano y Ramos.
Y aunque no
se ha ganado nada, como bien recordó ayer Karanka, lo que está claro es que si
el fútbol es un estado de ánimo, la antesala de Manchester hoy en Concha Espina
es pura euforia.